Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinar (PAI)
Escuela de Trabajo Social
Universidad Católica del Maule

Call for Papers Revista PAI, Número 2, Vol. 9
Monográfico:
“Las formas de lo comunitario y la producción de lo social”

Editores invitadas/o
Dra. Javiera Cubillos Almendra, Universidad Católica del Maule
Dr. Francisco Letelier Troncoso, Universidad Católica del Maule
Dra. Raquel Gutierréz Aguilar, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla

Editor responsable
Dr. Juan Pablo Paredes, Universidad Católica del Maule

Cuando pensamos en comunidad suelen aparecer en nuestra conciencia de manera más o menos espontánea, ideas como colectivo, identidad, unidad, cercanía, proximidad, afecto. En general características positivas. Las personas mayores consideran estos atributos con nostalgia, como evocando una “comunidad pérdida” (Bengoa, 1996): el pasado solidario de un presente individualista. Esta representación es heredera de la clásica oposición comunidad-sociedad, que se estableció con el surgimiento de la sociedad moderna, el gran invento teórico del siglo XIX (Demarinis, 2011). La comunidad queda como receptáculo de todo aquello “que fue” (lo irracional, lo estable, lo adscrito), pero al mismo tiempo, en tanto supera las frías y artificiales relaciones de la sociedad, de lo que “debería ser”.

Otros, más jóvenes, menos nostálgicos y más esperanzados, podrían distinguir los atributos positivos de la comunidad en el presente, en un bullir de diversos colectivos y grupos que reivindican identidades e intereses comunes y los viven en la cercanía, en la solidaridad y el encuentro, pensemos aquí en los grupos de K-Pop o en los de patinaje urbano. Estos últimos representan el pensamiento de autores como Maffesoli (1990), quien -ante la constatación del debilitamiento de lo social- observa cómo se revela lo comunitario como espacio de sociabilidad libre, dado en el presente, sin proyecto, pero realmente existente. Un espacio afirmativo de la humanidad y de lo humano.

No muchas personas, quizás las más escépticas, se sentirían representadas por pensamientos como el de Bauman (2006), quien alerta sobre el riesgo de la idealización o la suplantación de las comunidades reales por unas de carnaval, simuladas. Para él la comunidad sería, antes que todo, un refugio psicológico frente a un mundo incierto, líquido. Emparentada con esta perspectiva, está aquella que alerta sobre el uso de lo comunitario como tecnología de gobierno. Estas trampa comunitaria como la denomina David Harvey (1996) implica resaltar a las comunidades solo para hacerlas responsables de los problemas que se producen más allá de sus fronteras y promover la reclusión de cada una sobre sí misma. Así, las nuevas tecnologías neoliberales tenderían a utilizar a la comunidad para gobernar a través de ella (Rose, 1996).

En el esfuerzo de ir más allá de visiones nostalgias, eufóricas o escépticas, y sobre todo de disputar la dualidad sociedad-comunidad, podríamos ubicar la propuesta de Comunidad Societal de Parsons. Esta reconoce que la comunidad no es ni resabio, ni utopía, ni mero bullir humano, sino un componente fundamental del sistema social que le permite desarrollar estructuras que posibilitan la unidad y la armonía interna de la sociedad. El planteamiento de Parsons es muy importante. Primero porque, rompiendo con los clásicos, le da un lugar y una función relevante a lo comunitario en el presente. Segundo, porque le quita las características valorativas predefinidas que le habían dado los clásicos. Para él no existen relaciones comunitarias típicas (y en esto no solo se diferencia de Tonnies, sino también de Maffesoli), no es su contenido, sino su función lo importante: la integración social por una vía distinta a la de la economía y de la administración del poder. Así, identifica analiticamente un tipo de relación que no es ni propia del mercado ni del Estado.

Pero a su vez, el acento estructuralista le impide ver lo que para Maffesoli es tan evidente en lo comunitario: su potencial de creación, de desbordar la realidad, de expresar lo propiamente humano, su contingencia. Si bien la Comunidad Societal reconoce el papel normativo de lo comunitario, le quita parte de su fuerza creadora o instituyente, dejándolo recluido en el plano estructural, donde las cosas ya están cristalizadas.
Esto puede ser resuelto trayendo lo comunitario al plano más relacional, en la óptica morfogenética de Archer. Aquí cobra sentido hablar de la politicidad de lo comunitario, es decir, unos modos propios de organizar la vida, que no solo son teóricamente distintos a los del mercado y a los del estado (como en Parsons), sino praxiológicamente diferentes. Esta politicidad se expresa en un trabajo real, concreto, que produce una infinidad de bienes relacionales materiales e inmateriales (Donati, 2006) y satisface necesidades humanas colectivas y múltiples.

Pensando en estas claves, lo comunitario sería un modo social e históricamente construido (una politicidad), más antiguo que el Estado y el mercado, de producir valor (bienes relacionales) para satisfacer necesidades humanas y construir colectivamente el buen vivir (Carrasco, 2014; Ramírez Gallegos, 2019). Raquel Gutiérrez y Huáscar Salazar sintetizan esta perspectiva hablando de entramados comunitarios: lazos estables o más o menos permanentes que se construyen y se reconstruyen a lo largo del curso de cada vida concreta, entre hombres y mujeres específicos, que no están plenamente sujetos ni sumergidos en las lógicas de acumulación de valor, para encarar la satisfacción de múltiples y variadas necesidades (Gutiérrez y Salazar, 2019) .

El énfasis de dichos entramados en la reproducción de la vida nos conecta con la comprensión de la vida humana en términos de interdependencia (Gilligan, 1985; Benhabib, 1992, 2006). Asumimos que la vida humana es precaria en un doble sentido. Por un lado, entendemos la condición humana como inherente vulnerable (física, material, psicológica y emocionalmente), destacando nuestra necesidad recíproca de otras/os para hacer nuestras vidas habitables. Por otro, nos referimos a los procesos de precarización condicionada, como efecto -por ejemplo- de la aplicación de determinadas políticas que potencialmente pueden generar inseguridad social, laboral y existencial (Butler, 2006; Sale, 2016).

Desde esta lectura, lo comunitario es entendido como una clave interpretativa para ahondar en aquella “forma natural” de reproducir la vida centrada en el “valor de uso” (Gutiérrez y Salazar, 2019), movilizada por una “racionalidad reproductiva” (Hinkelammert y Mora, 2013 en Cendejas, 2017). Una racionalidad que pone en el centro la satisfacción de las necesidades de las personas y plantea una alternativa a la racionalidad instrumental de la acumulación del capital.

Dichos entramados comunitarios recorren la sociedad entera. Tienen diversas expresiones y se encuentran emplazadas en ámbitos diversos: lo familiar, lo amical, lo vecinal, lo laboral, en las relaciones virtuales, en el espacio público. Los encontramos en las tribus de Maffesoli, pero también en las más tradicionales organizaciones de base. Aquí vale la pena acudir a María Lugones quién cuestiona la dicotomía creada entre estas últimas, a las que denomina “comunidades de lugar”, asociadas a estructuras más tradicionales, y las “comunidades de elección” (las tribus), asumidas como propias de dinámicas urbanas y modernas. Las comunidades de origen o lugar suelen definirse como opresivas y tradicionales, tales como la familia, el vecindario, la escuela y la nación. Y, por contraparte, las comunidades elegidas serían aquellos espacios que nos proporcionan modelos de relaciones sociales alternativas a las lógicas opresivas de las comunidades involuntarias, como lo sería la amistad y el vínculo que convoca intereses, valores y/o visiones de mundo comunes. Una visión dicotómica pasaría por alto, siguiendo a Lugones, “la inventiva y la creatividad constante de las relaciones entre vecinas/os [y] en algunas familias” (Lugones, 2021:277) y, sobre todo, la creatividad resistente de la vida cotidiana con las que las personas negociamos la vida institucionalizada, la cual es constitutiva de las comunidades de lugar .

¿Por qué, entonces, si vivimos inmersos en estos entramados comunitarios, no somos conscientes de que nos sostienen cotidianamente? ¿Por qué vivimos en la ilusión de que la vida social es soportada básicamente por relaciones que se dan en torno a la economía formal, al mercado y a las políticas estatales? ¿Por qué lo comunitario lo consideramos como un ámbito accesorio y marginal, generalmente asociado a las reuniones en la junta de vecinos o algún grupo específico al que pertenecemos?, e incluso ¿por qué lo comunitario es invisibilizado y excluido de las reflexiones y políticas relativas a la configuración de la vida social?

Una posible respuesta a lo anterior es que, en apariencia, estos entramados actúan de manera inorgánica y fragmentada, por ende, con un carácter residual y desarticulado. En otros casos, su accionar es cooptado por políticas gubernamentales, quedando subsumido en ellas, y en ocasiones el accionar de los entramados comunitarios suele asociarse a sectores de bajos ingresos. También es posible observar que los modos de organizar y coordinar la vida social ya no pasan por las relaciones comunitarias y han sido sustituidas por relaciones mercantiles de intercambio, por sobre la cohesión por la creación de bienes relacionales. Como explican Raquel Gutiérrez y Huáscar Salazar, en el capitalismo «los diversos procesos de reproducción de la existencia se subordinan a la producción de capital, apareciendo como [un] conjunto de actividades fragmentadas, secundarias y sin significado propio». A su vez, «la política estatal —aparentemente el único lugar para la realización de la gestión colectiva—, se sitúa por encima de la sociedad, velando —según su propio decir— por el bien común y relegando la reproducción social al ámbito de lo privado».

Contribuir a la construcción de una mayor conciencia sobre lo comunitario requiere conceptos, lenguajes y relatos que permitan articular y dar significado propio a las diversas experiencias comunitarias en las que participamos. Así, el trabajo de una comunidad urbana por construir un parque, el grupo de jóvenes que intenta proteger un espacio natural, la organización que defiende los derechos de los animales, una comunidad espiritual que ofrece su ayuda en un centro de salud, los vecinos y vecinas que se organizan para cabildear, una red de apañe feminista, la familia extensa que cuida de sus miembros o se reúne a celebrar, o un grupo de amigas que se reúne a compartir sus vivencias, son todas experiencias de colaboración y compartencia que satisfacen necesidades humanas colectivas e individuales con una lógica distinta a la mercantil y a la estatal.

Esto puede ser gravitante para superar la fragmentación y la cosificación de lo comunitario y evitar la ilusión que produce el capital: “la riqueza social se nos presenta bajo la forma de un cúmulo de mercancías, mientras que la riqueza concreta que nutre cotidianamente la reproducción de la vida social no solo se invisibiliza, sino que las actividades que la generan quedan conceptualizadas como opacos conjuntos de asuntos secundarios” (Gutiérrez y Salazar, 2019, p. 24).

En este marco, la Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinaria de la Escuela de Trabajo Social, Universidad Católica del Maule, con el apoyo del proyecto Fondecyt N°1220173 “Límites y posibilidades para la constitución de una esfera comunitaria autónoma en Chile”, convoca a presentar trabajos para su publicación en torno a: i) investigaciones empíricas, estudios comparados o sistematizaciones de experiencias en torno a procesos comunitarios; ii) trabajos reflexivos y/o conceptuales sobre distintas formas de entender lo comunitario y su papel actual y potencial en la sociedad contemporánea; iii) trabajos empíricos sobre prácticas comunitarias emergentes y/o que disputan las concepciones tradicionales sobre lo comunitario; iv) trabajos empíricos y/o reflexivos sobre articulaciones entre la esfera comunitaria, la mercantil y la estatal; iv) trabajos empíricos y/o reflexivos sobre los vínculos y las sinergias entre las cotidianeidad de los hogares y sus entornos próximos.

Se espera que los manuscritos puedan estar relacionados con los ejes y preguntas aquí presentadas o con otras que guarden relación con lo expuesto.

Recepción de artículos hasta el 29 de mayo de 2023, como deadline.

Remitir dudas y consultas a jparedes@ucm.cl

Las normas de publicación como la presentación de manuscritos para su evaluación deben ser enviados por la página de la Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinaria (PAI), sección envíos: https://revistapai.ucm.cl/about/submissions