ENTRAMADOS COMUNITARIOS FRENTE A LA CRISIS ALIMENTARIA, OLLAS Y MERENDEROS POPULARES EN URUGUAY

Community networks in the face of the food crisis, popular soup kitchens and snack areas in Uruguay

fecha recepción: 9 de mayo de 2023 / fecha aceptación: 24 de noviembre de 2023

 

Anabel Rieiro1, Diego Castro2, Daniel Pena3, Rocío Veas4 y Camilo Zino5

 


Cómo citar este artículo:

Rieiro A., Castro D., Pena D., Veas R. y Zino C. (2023). Entramados comunitarios frente a la crisis alimentaria, ollas y merenderos populares en Uruguay. Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinaria, 9(2), 10-36. https://doi.org/10.29035/pai.9.2.10

 

 

Resumen

Tras tres años de iniciada la pandemia, cientos de ollas y merenderos populares sostienen su accionar comunitario en Uruguay. Desde un equipo de la Universidad de la República, hemos acompañado y sistematizado diferentes aristas de estas tramas comunitarias que, centradas en el alimento, politizan la vida cotidiana de diferentes barrios en todo el país. En este artículo presentamos los resultados del relevamiento cuantitativo realizado a nivel nacional en 2022 y aportamos algunas claves interpretativas en base al trabajo de campo cualitativo llevado adelante en este tiempo. Entre los hallazgos, se resalta que, a pesar de que el número de iniciativas disminuye frente a las relevadas en 2020, se mantiene la cantidad de porciones servidas, y el esfuerzo pasa a concentrarse en merenderos para niños/as y adolescentes. Son mayoritariamente las mujeres quienes realizan este trabajo cotidianamente desde organizaciones vecinales y familiares, en una ambivalencia entre la sobrecarga y la estereotipia de los roles de género, y la politización de la alimentación como problema que se vuelve público-común. Se señalan también elementos que permiten comprender la relevancia de las redes de ollas y merenderos populares en el sostenimiento material, afectivo y como legitimador social ante los cambios y embates que se han dado en diferentes etapas de respuesta de las políticas públicas. Por último, se esbozan algunas reflexiones sobre la potencia de estos entramados comunitarios para politizar diferentes dimensiones de la vida cotidiana en los barrios, tensionando las visiones centradas en el Estado, y las soluciones que remiten exclusivamente al trabajo asalariado y el consumo individual.

Palabras clave: Comunes, crisis alimentaria, ollas populares, tramas comunitarias, Uruguay

 

Abstract

After three years since the start of the pandemic, hundreds of popular soup kitchens and snack areas continue their community action in Uruguay. From a team of the University of the Republic, we have accompanied and systematized different aspects of these community networks that, focused on food, politicize the daily life of different neighborhoods throughout the country. In this article, we present the results of the quantitative survey carried out nationwide in 2022, compared to those of 2020, providing some interpretative keys based on the qualitative fieldwork carried out during this time. Among the findings, we can highlight that despite the decrease in the number of initiatives in these years, they maintain almost the same amount of portions served, with a certain tendency to concentrate on snack areas for children and adolescents. It is mainly women who carry out this daily work from neighborhood and family organizations, in an ambivalence between the overload and the stereotyping of gender roles, and the politicization of food as a problem that becomes public-common. Elements are also pointed out that allow us to understand the relevance of popular soup kitchens and snack areas networks in material and affective sustenance, as well as social legitimation in the face of the changes and challenges that have occurred in different stages of public policy responses. Finally, some reflections are outlined on the potential of these community networks to politicize different dimensions of daily life in neighborhoods, questioning the monopolistic pretension of state decisions and the solutions that exclusively refer to people to the labor and consumption markets.

Keywords: Commons, community networks, food crisis, popular soup kitchens, Uruguay

Introducción y problematización

Han transcurrido más de tres años desde que se declaró la pandemia de Covid-19 en Uruguay en el año 2020. Durante este período, nuestro equipo universitario se ha embarcado en múltiples objetivos de investigación, enseñanza y extensión, lo que nos ha permitido comprender desde diversas perspectivas la emergencia de cientos de colectivos que gestionan ollas y merenderos populares (OMPs) en el país. Hemos observado que muchas de las iniciativas que relevamos en 2020 han perdurado en el tiempo y han establecido conexiones y reivindicaciones compartidas. Han enfrentado diversas intervenciones tanto del sector privado como del público y continúan activas, tomando decisiones colectivas sobre las múltiples necesidades que enfrentan diariamente, así como sobre cuestiones que afectan la continuidad de las OMPs.

La consigna “Sacar la olla, es poner el cuerpo” se ha popularizado en este contexto, ya que estas acciones no se limitan solo a la obtención, preparación y distribución de alimentos, sino que también generan relaciones sociales que respaldan estas acciones. Comprender esta historia de “composición” es esencial para comprender el profundo significado de cómo se crean nuevos horizontes comunitarios en tiempos de crisis (Solnit, 2020). Esto nos lleva a replantear la gravedad y urgencia de los desafíos eco-humanitarios que enfrentamos.

Los procesos que han experimentado estas prácticas no solo ponen de manifiesto la desigualdad existente, sino que también reinventan lo común en su naturaleza “abierta, experimental e inagotable” (Fernández et al., 2021, p. 5). Por lo tanto, consideramos que las OMPs y sus redes representan tanto una carencia social como un potencial organizativo para abordarla. Estas son dos caras de una moneda que a menudo caracteriza la organización en el ámbito popular, aunque uno de sus lados a menudo se invisibilice: la potencia. Nos interesa especialmente abordar la relación entre carencia y potencia al estudiar estos procesos.

La noción de precariedad en la vida6 (Butler, 2009), que es interdependiente (Menéndez, 2020; Perez-Orozco, 2014; Hernando, 2012; Herrero, 2013; Shiva, 2006), no puede comprenderse sin reconocer también su potencia como una propiedad intrínseca (Spinoza, 2011). Creemos que desde esta perspectiva se puede abordar la pregunta planteada en el llamado a este dossier: “¿por qué lo comunitario es invisibilizado y excluido de las reflexiones y políticas relacionadas con la configuración de la vida social?” (Paredes, 2023). Si entendemos lo comunitario como algo precario pero no menos potente (Hardt y Negri, 2011), las experiencias recientes de OMPs, redes y coordinadoras de redes en Uruguay nos permiten retomar estos debates centrales para las ciencias sociales desde la dualidad de carencia/potencia.

¿Cómo narrar un contexto en el que coexisten múltiples historias en el que se entrelazan una variedad de espacios y tiempos simultáneamente? Comprender que la sociedad es una formación compleja (Zavaleta, 2013) y heterogénea (Chatterjee, 2008) nos invita a considerar lo múltiple como una potencia comunitaria híbrida, contaminada, conflictiva y dinámica. Cada OMP se configura como un espacio creativo único, con su propia politicidad basada en la composición de sus miembros, su organización cotidiana y su ubicación territorial (Donati, 2006).

Nos interesa reflexionar sobre cómo las personas, en un contexto de miedo, desempleo y promoción del aislamiento debido al Covid-19, encuentran formas de colaboración para satisfacer sus necesidades alimenticias y establecer pautas comunes para abordar el problema de la alimentación. Estas son historias diversas de tramas comunitarias que, a pesar de ocupar un lugar limitado en los grandes relatos históricos, tienen el poder de desafiar la idea de que el futuro es inalterable. Más allá de la permanencia o no de las OMPs a lo largo del tiempo, estos tres años nos permiten analizar diversas tensiones relacionadas con las tramas comunitarias en relación con el Estado y el mercado.

Con el tiempo, se han formado redes de OMPs que comparten información, gestionan recursos y desarrollan estrategias comunes para mantener sus actividades. Incluso, aproximadamente cuatro meses después del inicio de la pandemia, algunas de estas redes se unieron para crear la Coordinadora Popular y Solidaria (CPS), una organización de tercer nivel.

En las reuniones, actas, volantes de difusión, conversaciones dentro de las redes, entrevistas, acciones y declaraciones, hemos observado una fluctuación constante de emociones: fatiga y potencia, tristeza y alegría, preocupación e esperanza. La experiencia emocional y corporal de mantener las OMPs se combina con la atención a las personas que acuden en busca de comida y otros tipos de apoyo, lo que crea nuevas formas de sociabilidad y politicidad. Las dinámicas de lucha popular se entremezclan con momentos de celebración, encuentro, arte y juego, como las celebraciones del “Día del Niño” en cada OMP y merendero, festividades de primavera o Navidad, aniversarios de las OMPs, comidas de fin de año, entre otros. Se llevan a cabo acciones de visibilidad pública, como manifestaciones en el centro de la ciudad, junto con acciones a nivel barrial o zonal, momentos de denuncia de las injusticias, construcción de demandas con un enfoque antihegemónico y dinámicas autónomas. También se crean espacios de encuentro y se fortalecen los vínculos entre las OMPs y las personas de los barrios. Esta alternancia entre la lucha y la celebración es parte de la sabiduría popular que busca evitar el agotamiento, la desvalorización y la tensión en las relaciones a través del baile, la música, el juego, la comida y las conversaciones relajadas. Los problemas cotidianos encuentran una salida al canalizarse a través del encuentro con otros, componiendo entre risas, conflictos y tristezas nuevas tramas afectivas que permiten reflexionar sobre la búsqueda de una vida digna y autónoma, tanto a nivel individual como colectivo, lo cual solo puede lograrse a través de la colaboración, la creación de relaciones sociales, la tejitura de sueños y acciones para nuestra vida en común.

En cuanto a la relación con el Estado, caracterizamos el papel gubernamental como una falta de responsabilidad en la garantía efectiva del derecho a una alimentación adecuada. Durante el año 2020, el Estado estuvo notablemente ausente, como se refleja en lemas y grafitis que decían “Estado ausente, ollas presentes”. Sin embargo, en 2021 y 2022, el Estado comenzó a actuar como “un donante más”, proporcionando insumos y utilizando el trabajo comunitario no remunerado como una forma económica de abordar la crisis alimentaria. Vimos la aparición de nuevas tecnologías de gobierno en colaboración con organizaciones privadas del sector empresarial, como Uruguay Adelante, para proporcionar insumos a comunidades responsables de resolver sus problemas con recursos limitados (Rose, 1996). Esto resultó en una sobrecarga para las personas que llevan adelante las OMPs, en su mayoría mujeres, junto con una falta de responsabilidad por parte del Estado (Vega et al., 2018; Harvey, 2003). En Uruguay, este proceso se desarrolló después de tres períodos de gobiernos progresistas, y en marzo de 2020, asumió el gobierno nacional una coalición de partidos de centro-derecha.

En 2023, observamos que el Estado, después de una campaña de deslegitimación de la organización popular en 2022, en la que incluso involucró a las fuerzas armadas en la distribución de alimentos a las iniciativas, dejó de proporcionar insumos a las OMPs y lanzó un nuevo programa de alimentación que distribuye comida congelada elaborada por empresas privadas en diferentes puntos, argumentando que la organización comunitaria ya no es necesaria. En este contexto, identificamos una tensión fundamental entre la política pública y la acción comunitaria.

El objetivo de este artículo es presentar los resultados de la encuesta sobre las OMPs realizada en junio y julio de 2022, con el fin de sistematizar, visibilizar y comprender la heterogeneidad y la potencia de este fenómeno dos años después de su resurgimiento en el país.

Marco referencial

El capitalismo tuvo que desarticular la tenencia de tierras comunales y las tramas comunitarias que existían en el sistema feudal para poder conformarse en la nueva formación social hegemónica (Federici, 2010, 2018). Esta transición implica una nueva estructuración social basada en el trabajo asalariado, donde el trabajo reproductivo es invisibilizado y reservado a las mujeres y a la esfera doméstica (Federici, 2010, 2018). Junto con este proceso, la conquista y depredación colonial de América Latina se constituyó como pieza central de la expansión europea-capitalista, instaurando regímenes extractivistas centrados en las plantaciones de monocultivos (caña azucarera y algodón) y mineros (Machado Aráoz, 2017).

La dinámica de desposesión no solo caracteriza la fase inicial de la transición (proceso de acumulación originaria), sino que se conforma como una tensión intrínseca y permanente de la nueva formación social (Harvey, 2003), como un corrimiento continuo de la frontera mercantilizadora de la trama de la vida (Moore, 2020).

A pesar de ello, la potencia comunitaria, inherente a lo social, se regenera y se expresa de diversas maneras, encontrando, por otro lado, diferentes mecanismos de desarticulación, control y debilitamiento. Esta dinámica puede ser analizada desde la perspectiva de la vida-capital (Gago, 2014; Pérez-Orozco, 2014). Según esta concepción, las múltiples configuraciones comunitarias, lejos de ser consideradas “parte del pasado” (Durkheim [1893] 2012), se producen y reinventan cotidianamente con el propósito de preservar y sostener la vida (Carrasco, 2001; Osorio, 2016).

Como potencia inherente a la lógica del “habitar” (Fernández-Savater, 2020; Álvarez-Pedrosián, 2021), las tramas comunitarias se enfrentan a las fuerzas descomponedoras del modo capitalista, el cual organiza la sociedad haciendo hincapié en la lógica de rentabilidad (mercado) y gobernabilidad (Estado). En este sentido, aunque las tramas comunitarias están influenciadas por el mercado y el Estado, no se pueden explicar únicamente a través de ellos; lo que está más allá del mercado/Estado (Gutiérrez, 2018, 2015) señala la especificidad relacional que las caracteriza.

Dicha singularidad no proviene de ninguna “esencia comunitaria”, sino de la forma en que las personas se organizan en territorios concretos para “hacer en común”. Es este “hacer” el rasgo principal y constitutivo de la política comunal-comunitaria (Tzul, 2016). Frente al contexto de emergencia sanitaria y pese al distanciamiento social promovido por las políticas de salud, las personas que sostienen OMPs en Uruguay cocinan para quienes lo necesiten, consiguen insumos, pelan, lavan, cortan y procesan alimentos. Articulando recursos propios, estatales y empresariales, todos orientados a cumplir con un mandato popular7 (Castro, 2022): “que nadie pase hambre”.

La razón neoliberal (Castro-Gómez, 2010; Laval y Dardot, 2015; Gago, 2014) es el resultado de la configuración “moderna y colonial” (Machado, 2018; Quijano, 2000; Lander, 2000; Mignolo, 2003; Restrepo y Rojas, 2010) sobre la cual la sociedad se organiza y se explica a partir de las esferas del mercado y el Estado, considerando que la organización comunal ha quedado “superada”. Esta concepción, originada en la Revolución Inglesa y Francesa, es producto de un proceso histórico colonial que se ha impuesto como el “universal”. Esta concepción social considera a las personas como productores, consumidores y ciudadanos individuales, y no en términos de interdependencia.

En este sentido, no es casual que desde América Latina y otros territorios coloniales se haya cuestionado la noción de “atraso” aplicada desde la “modernidad/colonialidad” a ciertas poblaciones del mundo. La concepción lineal del tiempo moderno se convierte en un dispositivo de dominación que modula subjetividades y organiza el mundo, negando la simultaneidad y ocultando procesos de lucha llevados a cabo por diferentes poblaciones. Estas luchas suelen ser vistas como “parte del pasado” y, por lo tanto, como manifestaciones de “atraso” o “carencia”.

La modernidad/colonialidad instaura no solo la diferenciación, sino también la jerarquización (superior/inferior, adelantado/atrasado, desarrollado/subdesarrollado) entre las distintas regiones del mundo, imponiendo una mirada específica sobre las formas organizativas comunitarias y su función política en los distintos territorios. A menudo, estas formas son comprendidas como “reticencias del pasado”, “restricciones al desarrollo” o “externalidades del crecimiento”, entre otros términos.

A través del seguimiento de las OMPs, hemos identificado perspectivas que las interpretan como un atraso, una representación de la carencia, reduciéndolas a la mera distribución de alimentos (aspecto material concreto), mientras invisibilizan la regeneración de la trama comunitaria que lo hace posible (componente sociopolítico). La frase “las ollas no deberían existir” resume esta concepción. Esta expresión se utiliza socialmente con cierto menosprecio, y las propias OMPs la resignifican como una denuncia (aunque no deberían existir, la mera existencia de las OMPs valida la demanda en cuanto a la inaccesibilidad de algunas poblaciones a la alimentación adecuada y la desigualdad en general). Sin embargo, esta dicotomía en la interpretación de las OMPs queda atrapada en el falso “consenso” de que estas no deberían existir, en lugar de abordar la cuestión subyacente de que no debería haber hambre y falta de soberanía alimentaria (Rieiro et al., 2021b). Nuevamente, se invisibiliza el componente instituyente de recomposición comunitaria y relacional como respuesta a la crisis sistémica existente.

Esta dinámica de negación e invisibilización de la forma comunitaria es consecuencia de la “pretensión monopólica” de la política centrada en el Estado (Tapia, 2010) y, en particular, de las acciones destinadas a bloquear la simbolización de dimensiones y tradiciones que están desencajadas de las dominantes, lo que genera un sentimiento de orfandad (Sosa, 2019). La negación e invisibilización son formas en que se “produce orfandad”, impidiendo la conexión entre experiencias que integran dimensiones fuera de las formas políticas dominantes. Esto se logra desvalorizando las estrategias no centradas en el Estado y dificultando la simbolización de dimensiones afirmativas y autodeterminantes que existen pero que están “negadas activamente” (Tischler, 2013). En este sentido, se dificulta la simbolización de “todo lo que va más allá de la comida” y que permite que la respuesta comunitaria alcance sus objetivos: las múltiples interacciones vinculares orientadas al cuidado y la renovación de las energías vitales, basadas en relaciones de reciprocidad, escucha, afecto y justicia. Esto es un esfuerzo de reconstrucción de la trama, reconociendo el sentido más profundo de la interdependencia de la vida: si una parte de la trama de la vida se rompe, se daña o degrada, afecta a toda la trama, aunque se experimente de manera diferencial.

Para convertirse en la forma dominante, el Estado tuvo que monopolizar la vida política de las sociedades y, por lo tanto, desalentar la coexistencia de otras formas de gobierno, autoridad y gestión de los asuntos comunes en su territorio. Sin embargo, esta función monopólica es una “pretensión” que nunca se ha logrado plenamente, ya que se enfrenta de manera constante a otras formas políticas. La forma estatal busca integrarlas de manera subordinada (desresponsabilización) o, si no puede lograrlo, intenta descomponerlas o destruirlas. Su lógica de funcionamiento es excluyente y no permite la existencia de otras formas que no estén en sintonía con su racionalidad. Esta política como guerra (eliminar al adversario) es inherente a las formas centradas en el Estado (Castro, 2022).

La regulación política centrada en el Estado implica una forma específica de separación de las personas de sus medios de subsistencia y de sus capacidades políticas para gestionarlos (Gutiérrez et al., 2018). También implica una forma particular de mediación que concentra el poder de decisión en instituciones aisladas del cuerpo social, jerarquizadas y burocratizadas, con temporalidades y ritmos propios de su carácter abstracto, sin estar arraigadas en ninguna comunidad de vida concreta, pero con la pretensión de ordenarlas a todas. Esto se logra mediante un “cuidadoso proceso de racionalización” con el objetivo de hacerlas “gobernables” (Castro, 2022). Mientras esta sea la forma dominante, las estrategias autodeterminativas estarán negadas debido a su falta de alineación con el “progreso histórico”, que se basa en la historia de los vencedores (Benjamin, 2008).

Sin embargo, como se mencionó anteriormente, esto no significa que estas estrategias autodeterminativas no existan. Las experiencias de las OMPs demuestran que las dimensiones y tradiciones autodeterminativas de las experiencias comunitarias no desaparecen, simplemente se preservan y se retiran a esferas no públicas de existencia. A pesar de las dificultades en la simbolización, persisten y configuran experiencias que desafían el monopolio centrado en el Estado, diversificando las estrategias y las posibilidades de abordar los problemas que enfrentan. Desafían el monopolio estatal sin ser necesariamente antiestatales, en el sentido de que ordenan y articulan la coexistencia de su politicidad comunitaria, atravesada por el Estado y el mercado. Configuran una modalidad particular, adaptada a la politicidad local de “abigarramiento” (Zavaleta, 1986) de formas sociales coexistentes y superpuestas.

La comida, según Symons (1994), suele considerarse impulsos e intereses “bajos” y relacionados con “tiempos primitivos”, todavía no refinados, y vinculados con lo meramente necesario para la supervivencia. Sin embargo, nos permite partir de la premisa de que “lo más común a los hombres, lo más común es que tienen que comer y beber” (Symons, 1994, p. 399). Esta conexión entre la subsistencia y la universalidad genera una fuerte fuerza socializadora. ¿Qué relaciones de comensalidad pueden estar emergiendo de las OMPs hoy? Hemos comenzado con estas preguntas y marcos teóricos para observar el fenómeno y sistematizar las características principales de las personas y colectivos que llevan a cabo estas experiencias.

Metodología

Los resultados de investigación presentados en este artículo surgieron del trabajo de tres años del equipo en colaboración con ollas y merenderos populares, en roles de enseñanza, investigación y extensión. A lo largo de este periodo, se desarrolló un enfoque metodológico general que involucró diversas técnicas y aproximaciones a la temática.

En este artículo, nos centraremos en los resultados de una encuesta telefónica realizada en 2022 y los compararemos con los de otra encuesta aplicada en 2020. Además, se incorporarán elementos de entrevistas, observaciones y espacios de intercambio que tuvieron lugar durante el período 2020-2022 para enriquecer el análisis. Nuestra participación como observadores en eventos significativos del campo de estudio, como manifestaciones, asambleas y actividades relacionadas con la recolección de insumos y la preparación de alimentos, nos permitió comprender mejor los modos político-expresivos de los actores y las interacciones entre ellos.

Llevamos a cabo entrevistas en profundidad y participamos en espacios de intercambio colectivo con iniciativas, redes de ollas y merenderos, y miembros de la Coordinadora Popular y Solidaria, lo que nos permitió realizar un análisis multinivel y explorar los procesos de autoorganización de las ollas y merenderos8.

La encuesta telefónica se llevó a cabo en los meses de junio y agosto de 2022 y fue realizada por los docentes que forman parte del equipo de investigación, así como por estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales (FCS) 9. La encuesta tenía una duración aproximada de quince minutos y se centraba en aspectos básicos de las iniciativas, como la cantidad de porciones servidas por día, la cantidad de días de funcionamiento, la cantidad de organizadores y las características demográficas básicas, así como la integración en redes territoriales y los proveedores de insumos, entre otros.

Para construir la muestra, primero creamos una base de datos unificada a partir de diversas fuentes de información, que incluían el relevamiento realizado en 2020, datos recopilados y sistematizados por la Intendencia de Montevideo (IM), la Intendencia de Canelones, Uruguay Adelante y el Colectivo de Ollas y Merenderos en Salto. Luego, realizamos una selección aleatoria de los casos en los departamentos de Montevideo y Canelones para su posterior encuesta, dado que son los departamentos con el mayor número de iniciativas. Además, procuramos cubrir la totalidad de iniciativas en el resto del país. Del total de iniciativas activas de las que tuvimos conocimiento en 2022 (542), encuestamos al 44%. La tabla 1 muestra la distribución de iniciativas identificadas por departamento en 2020 y 2022.

 

Tabla 1

Total de iniciativas activas (olla y/o merendero) identificadas por departamento en 2020 y 2022

Total activas 2020

Total activas 2022

Montevideo*

273

323

Canelones*

133

129

Salto

64

24

Soriano

20

14

Río Negro

6

12

San José

24

8

Maldonado

17

7

Paysandú

23

7

Durazno

11

5

Florida

7

4

Artigas

7

2

Rivera

4

2

Treinta y Tres

10

2

Cerro Largo

4

1

Colonia

9

1

Rocha

18

1

Flores

5

0

Lavalleja

10

0

Tacuarembó

0

0

Total:

645

542

Fuente: elaboración propia con base en relevamiento 2020 y 2022.

 

Para llevar a cabo la sistematización y análisis de la información, se procedió a desglosar los datos por separado para Montevideo, Canelones, Salto y el resto del país. Con el fin de comparar algunos de los datos recopilados en 2022 con el relevamiento realizado en 2020, se realizó un análisis adicional del material obtenido en la encuesta de 2020. En este análisis, se consideraron únicamente las iniciativas activas durante el período de junio y/o julio de 2020 y se aplicó el criterio metodológico de expandir los datos a nivel departamental.

Resultados y discusión

Magnitud del fenómeno

Según la investigación, se registraron 542 iniciativas activas entre junio y julio de 2022. En el relevamiento realizado dos años antes (junio-julio 2020), se habían registrado 645 iniciativas activas10. A pesar de que hubo una reducción en la cantidad de OMPs en actividad, la mayoría se mantuvo en el tiempo, evidenciando una potencialidad como trama comunitaria activa, incluso frente a condiciones adversas y precarias en aumento. Tras el levantamiento de las medidas restrictivas por el COVID-19 y la reactivación de la actividad económica y social del país, disminuyó significativamente la circulación de donaciones. Sin embargo, las iniciativas se sostuvieron gracias a los insumos proporcionados por el Estado, donaciones y estrategias de autofinanciamiento. Esto no solo permitió mantener la tarea durante dos años, sino que también fortaleció una práctica colectiva cotidiana que se consolidó, superando conflictos internos y desarrollando acciones a nivel micro y macro político más allá de los territorios.

En cuanto a la distribución territorial, el 60% de las iniciativas se ubicaban en Montevideo y el 40% en los demás departamentos del país, con Canelones y Salto como los que concentraban la mayor cantidad de iniciativas en el interior. Esta situación contrasta con la registrada en 2020, cuando el 58% se encontraba en el interior.

Este cambio en la distribución territorial podría explicarse en función del desarrollo particular del fenómeno en cada territorio, considerando dos factores principales: la existencia o ausencia de redes de OMPs y las políticas públicas desplegadas, aspectos que se abordarán más adelante.

Además de la redistribución territorial, se observa un cambio en el tipo de iniciativas entre 2020 y 2022: aumentaron las experiencias que se centran exclusivamente en merenderos (del 8% al 18%) y las que combinan ollas y merenderos (del 34% al 63%), mientras que disminuyeron las que solo se enfocaban en ollas (del 59% al 20%). Este aumento en los merenderos podría reflejar una mayor atención a las infancias y adolescencias, un aspecto que ya se percibía en 2020. Además, las iniciativas que ofrecen tanto ollas como merenderos pueden estar adoptando una estrategia de sostenibilidad a largo plazo, reduciendo la cantidad de días de olla y aumentando los días de merendero, que requieren menos recursos y esfuerzo.

En promedio, la cantidad de porciones servidas en las ollas aumentó de 180 por día en cada olla en 2020 a 202 por día en 2022. En los merenderos, el promedio pasó de 124 a 141 por día en el mismo período. Aunque la cantidad de días por semana en que se ofrece alimento por iniciativa disminuyó de 3 días a la semana en 2020 a 2.53 días a la semana en 2022, y en los merenderos de 3 días a 2.86 días a la semana, se sirven más porciones por día en promedio. En resumen, se redujo la frecuencia semanal, pero se aumentó la cantidad de porciones por día y se incorporaron más meriendas en lugar de platos de olla.

En los meses de junio y julio de 2022, el promedio mensual de porciones servidas en todas las ollas fue de 1,038,960, y en los merenderos, de 767,893, lo que sumó un total de 1,806,853 porciones mensuales de alimentos en todo el país. En comparación, en los mismos meses de 2020 se sirvieron un promedio mensual de 1,379,532 porciones en las ollas y 500,934 porciones en los merenderos, totalizando 1,880,466 porciones mensuales de alimentos. A pesar de que la cantidad de iniciativas disminuyó en un 16% entre 2020 y 2022, la cantidad de porciones se redujo solo en un 4%.

Esto puede entenderse debido a la mayor cantidad de iniciativas que gestionan tanto ollas como merenderos en 2022, así como al aumento del número de iniciativas en la capital, donde el promedio de porciones servidas por iniciativa sigue siendo mayor que en el interior11, lo que aumenta el promedio de porciones servidas por iniciativa.

En resumen, estas 542 experiencias no son insignificantes, ya que proporcionan alimentos de calidad y espacios de encuentro para miles de personas cada semana en territorios afectados por las dinámicas excluyentes del capitalismo contemporáneo.

 

Características de las personas y tramas organizativas

El siguiente gráfico muestra la proporción de ollas y merenderos encuestados según el grupo que lleva a cabo la experiencia. Al igual que en 2020, se observa la heterogeneidad del fenómeno a nivel nacional, aunque se confirma la preponderancia de las iniciativas de carácter vecinal12 y familiar, que representan el 72% de las iniciativas.

 

Figura 1

Porcentaje de iniciativas según el perfil de quienes las organizan. Año 2022

Porcentaje de iniciativas según el perfil de quienes las organizan. Año 2022

Fuente: elaboración propia con base en relevamiento 2022.

 

En comparación con 2020, se identifica un crecimiento en el peso de las iniciativas vecinales, que pasan del 43% al 48%. También se observa un aumento en las iniciativas familiares, que pasan del 15% al 24%, así como un aumento en las iniciativas religiosas, que pasan del 1% al 11%13. Además, las iniciativas sostenidas por ONG aumentan del 1% al 3%, destacándose su presencia en el departamento de Canelones, donde representan la tercera tipología con más iniciativas (Tabla 2). Por otro lado, las iniciativas de clubes deportivos disminuyen del 11% al 6%, y las sindicales bajan del 6% al 1%.

 

Tabla 2

Tipo de iniciativa según territorio en porcentaje, año 2022

Montevideo

Canelones

Salto

Resto del país

Total país

Vecinal

46,0

58,5

33,3

44,6

48,3

Familiar

25,4

17,1

61,1

17,9

24,1

Institución religiosa

13,5

7,3

0,0

7,1

10,7

Club deportivo

7,1

2,4

0,0

8,9

5,9

ONG

1,6

7,3

5,6

1.8

3,2

Centro cultural o colectivo artístico

3,2

0,0

0,0

1,8

2,1

Sindical

0,8

0,0

0,0

7,1

1,3

Partido político

0,0

2.4

0,0

3,6

1,0

Comercio local

0,8

0,0

0,0

0,0

0,5

Otros

2,4

4,9

0,0

7,1

3,4

Fuente: elaboración propia con base en relevamiento 2022.

 

Los datos muestran que la mayoría de las experiencias son procesos colectivos autodeterminados, basados en lazos de cercanía familiar y vecinal, con o sin respaldo institucional formal, pero con un compromiso concreto y continuo en la gestión de alimentos que va más allá de las lógicas del mercado y del Estado.

En cuanto a la cantidad de personas involucradas en las iniciativas, según el relevamiento de 2022, son 4.523 personas las que participaron cada semana14 en ollas y merenderos. De estas personas, el 64,8% son mujeres, el 34,9% son varones y el 0,3% pertenecen a otras identidades sexo-genéricas. En comparación con 2020, se observa una disminución en la cantidad de personas organizadoras (en 2020 se registraron 6.100) y un aumento en la proporción de mujeres que sostienen las iniciativas (en 2020 eran un 57%). Por lo tanto, las mujeres no solo son las principales impulsoras de las OMPs, sino que también son quienes mantienen estas iniciativas a lo largo del tiempo.

 

Figura 2

Porcentaje de personas de diferente sexo/género según tipo de iniciativa

Porcentaje de personas de diferente sexo/género según tipo de iniciativa

Elaboración propia: fuente relevamiento, 2022.

 

Al igual que en 2020, como se muestra en la figura 2, la preponderancia de las mujeres es mayor en los merenderos. Esto no sorprende, pues históricamente las mujeres se han encargado del trabajo reproductivo dentro de los hogares; pero creemos que la irrupción de las ollas y merenderos en el ámbito público tiene la capacidad de politizar esta dimensión permanentemente invisibilizada. En este sentido, valoramos el papel de las mujeres en la sostenibilidad de la vida a nivel familiar, comunitario y barrial, así como en el funcionamiento de las redes, siendo un camino de politización del espacio privado de lo doméstico, hacia la esfera de lo público y la producción de lo común cargado de un enorme potencial en construcción.

La imagen de sentido común de las OMPs diferencia un grupo que organiza la labor para otros: los comensales que necesitan el alimento. Esto es efectivamente así en algunos casos, pero encontramos un panorama diverso y mucho más complejo en cuanto a las relaciones de “otredad” que allí se configuran. En algunos casos, organizadores y comensales coinciden; en otros casos, se encuentran grupos claramente diferenciados, o subgrupos que pertenecen a ambos, siendo los sentidos que se producen en cada situación diferentes. La información recabada señala que el 46,8% de los/as organizadores/as se alimentan de lo elaborado siempre que alcance, el 17,7% a veces y el 35,5% no lo hace. Los datos indican que un porcentaje alto de las iniciativas supone cocinar para sí y para otros/as. Esta tendencia se profundiza en el departamento de Salto, donde el 88,9% de quienes organizan ollas y merenderos declaran alimentarse siempre o algunas veces en ellas. Como se indicó anteriormente, esto permite pensar en un problema “privado” que se vuelve público, una precariedad vital que se comunaliza para afrontarla colectivamente y re-entramar la vecindad entorno del alimento y otras dimensiones de la vida barrial, es decir, pasar -al menos provisoria y débilmente- de la carencia individual-familiar a la potencia colectiva.

Las fronteras se muestran también porosas al preguntar sobre la participación de los comensales en algunas de las tareas vinculadas a la organización y elaboración de los alimentos (cocinar, lavar, pelar, conseguir los alimentos, etc.). A nivel país, el 20,3% de las iniciativas plantea que los comensales son activos y colaboran en distintas tareas, en el 32,6% de las iniciativas los comensales realizan a veces (esporádicamente) alguna de las tareas y en el 47,1% de los casos los comensales no realizan ninguna tarea vinculada a la organización.

Se evidencia un comportamiento diferencial si comparamos la situación de Montevideo con el resto del país, siendo en la capital donde se da el mayor porcentaje de iniciativas donde los comensales no participan de las tareas. En Salto15, los comensales realizan tareas a veces o siempre en el 72,3% de las iniciativas, en Canelones el 63,4%, en el resto de los departamentos del interior el 55,3% y en Montevideo un 46,8%. Podemos comprender esta participación de las personas comensales como un segundo círculo que sostiene las experiencias, colaborando de manera inestable con el “núcleo duro” de los colectivos, pero que hace parte de lo que se pone en común durante el tiempo extendido de cocinar, servir y lavar; ampliando los espacios de integración, intercambio y problematización conjunta de las situaciones de desigualdad e injusticia.

Desde el comienzo de la pandemia, las iniciativas, redes y la Coordinadora de redes, han hecho hincapié en la necesidad de no quedarse en la preparación de los alimentos, lo cual se condensa en las frases: “trascender la olla”, “ir más allá de la olla”. Esta necesidad se plantea generalmente a partir de las distintas problemáticas que se vivencian en las OMPs y que desbordan el problema de la alimentación. La encuesta permite enumerar un repertorio de acciones que van más allá de cocinar, pero no hace visible aquellas cuestiones que tienen que ver con la experiencia cotidiana, que constituye uno de los principales componentes de la trama que borda estas iniciativas.

De acuerdo con el relevamiento realizado, el 84% de las ollas y merenderos realizan otras actividades, además de cocinar, no presentándose variaciones importantes entre los diferentes departamentos. Aproximadamente la mitad de las iniciativas (49%) realizan actividades recreativas o culturales orientadas a niños, niñas y adolescentes, como los festejos del Día del niño/a, Reyes y otras fechas significativas, además de los espacios de juego o actividades artísticas continuas. Un número similar (48%) reúne y distribuye ropa de abrigo o cama entre los/as asistentes. Por su parte, el 18% manifiesta realizar reuniones y actividades relacionadas con el barrio, el 8% realiza apoyo escolar y/o biblioteca, al tiempo que se identifica que en el 7% de las OMPs se practican actividades religiosas y el mismo porcentaje desarroll a capacitaciones orientadas al empleo. En el 6% se hacen actividades de huerta, y el 4% en actividades deportivas. Por su parte, el 10% expresó practicar otras acciones sociales, como atención a situaciones de violencia, consumo problemático de drogas, problemáticas de vivienda, entre otras.

Creemos que esta última cifra mencionada no alcanza a dar cuenta de una de las dimensiones fundamentales de las OMPs, debido a la dificultad de representar prácticas que se encuentran entrelazadas con la experiencia cotidiana, que refieren a “lo comunitario en el cuidado” (Vega et al., 2018), apreciadas mediante técnicas cualitativas y el trabajo de campo realizado en ollas (Rieiro et al., 2021a; 2022).

Partiendo de comprender que estas experiencias de organización son atravesadas por un montón de dimensiones relacionadas. Es una forma de lo político en la cual son las propias personas que viven las necesidades y deseos, que trabajan en la transformación de sus realidades y en la gestión de los espacios que sostienen la vida en común, para lo cual generan distintas formas de organización.

Visualizamos a partir de entrevistas a referentes y observaciones en plenarios de las redes, que las OMPs funcionan como espacios donde las personas manifiestan y comparten cuestiones que les afectan en su vida personal, encontrándose con otras dispuestas a escucharse y sostenerse afectivamente. En ocasiones, estos espacios también habilitan la reflexión colectiva sobre problemáticas que afectan a la vida compartida. Las OMPs se constituyen en espacio de confluencia de personas en similares y diferentes situaciones de vida, quienes al compartir su experiencia personal pueden identificar puntos de contacto con la de otras personas, reconociéndose parte de una trama de interdependencia desde donde emprender acciones para atender distintos intereses y problemáticas, como la violencia de género, necesidades laborales, consumo problemático de sustancias psicoactivas, padecimientos de salud, acontecimientos en centros educativos, conflictos vecinales, acceso a recursos públicos y un largo etcétera.

A su vez, las personas y colectivos que llevan adelante las OMPs, surgen y/o se entrelazan con los entramados sociales territorialmente situados, conformados por relaciones de amistad, vecinales, familiares, laborales, religiosas, políticas, culturales, etc. Es muy común que -a modo ilustrativo- alguien que integra una olla o merendero también baile en una comparsa de candombe, sus hijos/as jueguen en un club de fútbol del barrio y se organicen con sus parientes para trabajar o llevar a los niños de la escuela.

Es decir, al mismo tiempo que constituyen una acción fundamental para la sostenibilidad de la vida en un conjunto de dimensiones materiales, afectivas y simbólicas, su práctica contribuye a recrear los lazos sociales que hacen comunidad, antes, durante y después de las experiencias de OMPs.

 

Surgimiento de las iniciativas, fuentes de recursos y estrategias en red

Del total de las iniciativas activas al 2022, registramos que el 23,8% existían antes de la pandemia (a las cuales llamamos “OMPs históricas”), mientras que el 76,1% surgieron durante la pandemia o posteriormente. Encontramos comportamientos territoriales diferenciados: mientras que en Montevideo y Canelones, el 22% son históricas, el porcentaje en Salto y el resto del país asciende a un tercio del total (33% y 32% respectivamente).

En cuanto al inicio de las iniciativas activas en 2022, la mayoría comenzó a funcionar en 2020 (54,1%). Si sumamos las iniciativas históricas (anteriores a la pandemia), encontramos que el 77,9% de las iniciativas actuales cuentan con una trayectoria de funcionamiento de al menos dos años de experiencia organizacional.

Además, la emergencia de las OMPs fue seguida por la composición de una trama organizativa que articula en muchos casos ollas, redes territoriales, colectivos y la Coordinadora de redes, así como algunas entidades de apoyo a las mismas. Consultadas sobre su participación en redes de ollas y merenderos, en promedio el 40,4% de las iniciativas participa en alguna red o articulación territorial, mientras que el 59,6% no integra redes. Se encuentran variaciones relevantes por territorio: en Montevideo, el porcentaje de iniciativas en red es mayor al promedio (45,2%), en Salto, todas las iniciativas integran el Colectivo de ollas y merenderos, Canelones presenta un menor porcentaje de OMPs en red (26,8%), y en el resto del país, solo el 21,4% de las ollas y merenderos integran alguna red.

En cuanto a las fuentes de recursos y provisión de insumos, las OMPs mencionan una diversidad de apoyos, que pueden ser puntuales y dinámicos o contar con mayor estabilidad. Al consultar a las OMPs sobre todas sus fuentes de recursos, encontramos que mencionaron: 50% al Plan ABC (IM) 16, 43% a donaciones particulares17, 39% a Uruguay Adelante (MIDES)18, 25% a vecinos/as19, 22% a recursos de la propia olla o merendero, 21% a una red o coordinadora, 20% a intendencias (sin contar Montevideo) 20, 19% a comercio local, 13% a sindicatos, otro 13% a INDA/MIDES, 11% a REDALCO, 7% a empresas, 4% a partidos políticos y el 14% señala otras fuentes (Mercado Popular de Subsistencia, el Banco de Alimentos, clubes deportivos, instituciones religiosas, etc.).

En un segundo momento, consultamos cuál era su principal fuente de insumos. A nivel país, el 25% indicó que es el Plan ABC (IM) 21, el 20% Uruguay Adelante (MIDES), el 12% las Redes/Coordinadora de ollas, el 11% no identifica una fuente principal, el 9% identifica las donaciones privadas como el principal insumo, el 6% las intendencias en el interior y el 5% los recursos del propio grupo y 4% los recursos provenientes de vecinos22.

Esta diversidad de fuentes de insumos muestra la capacidad adaptativa de las experiencias frente a un contexto cambiante, desde el apoyo y la invisibilización estatal hasta las diversas formas en que la sociedad en su conjunto brinda apoyo. La potencia de las experiencias desafía la pretensión monopólica del Estado y aprovecha las políticas públicas de manera selectiva para su trabajo comunitario, sin dejarse capturar completamente por estas, desplegando una variedad de canales de comunicación e intercambio para abordar los problemas del territorio, adoptando diversas formas organizativas y regulaciones internas acordes a cada situación específica, entre otros aspectos. Como se expresó en varias proclamas de las redes y la CPS, frente al “Estado ausente” que responde con insumos de baja calidad y cantidad y problemas logísticos que sobrecargan a las OMPs, las ollas “dicen presente” organizando respuestas comunitarias frente al hambre y otras problemáticas.

La existencia de redes y colectivos de ollas y merenderos parece ser un factor importante para el sostenimiento de las iniciativas. En algunas zonas del país (Canelones, Salto y Río Negro), coinciden un alto número de ollas y merenderos permanentes en el tiempo con la existencia de redes y colectivos. Como hemos podido apreciar en los departamentos estudiados del interior (Río Negro y Salto), la organización en red ha sido indispensable para la puesta en práctica de estrategias de acceso a recursos compartidos, ya sea mediante la demanda y gestión de recursos públicos o la realización de acciones para recaudar fondos. Del mismo modo, se puede comprender el aumento de OMPs en Montevideo y la estructuración de al menos 14 redes y de la Coordinadora Popular y Solidaria (CPS), que han perseverado desde su origen, así como otras que se han integrado en el transcurso de estos años, además de un número significativo de OMPs que no forman parte de la CPS pero que crean sus propias redes o actúan sin una organización de segundo grado.

En la sistematización realizada junto con la “Red de ollas y merenderos del Cerro por Autonomía y Vida digna”, pudimos observar que, más allá de la gestión de insumos, la Red cumple dos funciones poco explicitadas pero centrales para la cotidianidad de las personas organizadoras: la autorregulación y el sostén. La Red brinda legitimidad y control de las acciones de sus integrantes, ya que están sujetos al cuidado y control grupal, horizontal y diverso del plenario, respaldando sus iniciativas cuando las denuncias son injustificadas. Por otro lado, es resaltada por sus integrantes como un sostén afectivo sumamente importante, que permite compartir y procesar junto con otros el dolor y la angustia que implica hacer frente al hambre y las múltiples formas de exclusión-expulsión profundas. Así como verse reflejado en el valor de hacer algo por los otros (más allá de la familia de cada uno), sentirse útil y darle sentido incluso a la propia vida en esta entrega a la otredad ultra precarizada, y ver y sentir que otros también se encuentran en la misma entrega. Por lo tanto, la Red funciona como refugio y proceso de legitimidad: contiene y comparte las angustias, emociona por lo logrado en conjunto, se autorregula y cuida el accionar solidario y sincero, y actúa más allá de la emergencia concreta.

Por otra parte, en cuanto a las políticas públicas, en algunos departamentos del interior donde existieron ollas durante el primer período de la pandemia, se implementaron otras estrategias de apoyo a la emergencia alimentaria, como comedores municipales, preparación de canastas, entrega de viandas preparadas por el ejército23, etc., mientras que en la capital, este sistema se mantuvo limitado a los puntos existentes antes de la pandemia. En estos departamentos se percibe una fuerte disminución en las iniciativas. Podemos hipotetizar que las políticas públicas de entrega directa de alimentos operaron desarticulando el sostenimiento de las ollas y merenderos.

En contraposición, las únicas intendencias que mantuvieron la transferencia de recursos a las OMPs en este período fueron Salto, Canelones y Montevideo, gobernadas por el principal partido de la oposición. Además, en Canelones y Montevideo, la política del gobierno nacional de transferencia de insumos tercerizada en Uruguay Adelante también tuvo una importante presencia. En estos departamentos, el aporte de insumos por diferentes mecanismos parece haber influido positivamente (junto con la presencia de redes) en el sostenimiento de las experiencias.

Reflexiones finales

Durante los últimos tres años (2020-2023), hemos llevado a cabo un enfoque interdisciplinario del fenómeno desde una Universidad pública. Utilizando diversas metodologías y técnicas, caracterizamos las experiencias en diferentes momentos y también propusimos análisis sobre su evolución en relación a la trama socioeconómica y política en la cual se desarrollan. A pesar de la parcialidad de los proyectos, hemos mantenido un colectivo analizando y reflexionando sobre los cambios y permanencias en sus experiencias y prácticas, su articulación y organización, su vínculo con el Estado, entre otros aspectos.

Un asunto central que constatamos a lo largo del estudio, a través de datos cualitativos y cuantitativos, principalmente desarrollados en este artículo, es la preponderancia de las mujeres comenzando y sosteniendo las iniciativas. Como muestran las dos encuestas realizadas durante estos años, las mujeres son mayoría en los diferentes tipos de organizaciones que analizamos (olla, merendero y olla-merendero). Esto se observa con mayor fuerza en el caso de los merenderos, donde las infancias y adolescencias son quienes más acuden. La presencia femenina imprime una politicidad doméstica que se extiende desde los cuidados en el hogar hasta la esfera comunitaria, configurando nuevas formas y modos políticos organizativos.

Por otro lado, al analizar los datos cuantitativos de las encuestas realizadas en ambos períodos, encontramos que a pesar de la reducción de iniciativas, la cantidad de porciones servidas (incluyendo las de ollas y merenderos) permanece casi sin variación, cercana a los 2 millones de porciones de alimento mensuales, en un país de poco más de 3 millones de habitantes. Dado que el número de las 6100 personas que organizan semanalmente el trabajo en 2020 también disminuye un 20% en 2022, esto implica un mayor esfuerzo por parte de quienes realizan el trabajo. Claramente, este sobreesfuerzo recae en las mujeres, quienes en su mayoría continúan sosteniendo el trabajo a lo largo del tiempo. Estos resultados están en línea con la evidencia de la feminización del trabajo no remunerado domiciliario y comunitario en diversas experiencias de organización popular.

El análisis procesual y multimétodo nos ha permitido observar la gran capacidad de adaptabilidad de las experiencias a través de distintas estrategias desplegadas para mantenerse en el tiempo. Encontramos que la mayoría de las iniciativas son vecinales o familiares (compuestas principalmente por vecinos o familiares, no institucionalizadas) y que el peso de estos dos tipos de perfiles aumentó con el tiempo (del 58% en 2020 al 71% en 2022). Esto resalta la importancia de los lazos de proximidad en la organización comunitaria y las relaciones de interdependencia que rigen no solo la atención de la alimentación, sino también múltiples problemas y temas que se abordan de manera colectiva.

La investigación también permitió estudiar la articulación de redes territoriales de OMPs. Durante 2020, se formaron diversas redes, incluso en algunos casos creando organizaciones de tercer grado como la CPS. Como se explicó a lo largo del análisis y a partir de otros acercamientos cualitativos, estas redes organizativas son parte fundamental de la capacidad para mantener las experiencias con el tiempo. Inicialmente centradas en la función pragmática de obtener y distribuir insumos y materiales, en estos años se han convertido en espacios de debate, problematización y gestión común del alimento en los barrios.

Algunos datos cuantitativos, como el 85% de las experiencias que informan realizar “otras actividades además de la olla/merendero”, respaldan lo que se ha corroborado cualitativamente: las experiencias, además de proporcionar acceso a la comida, han generado espacios de apoyo emocional frente a la dura realidad de los excluidos, celebración de la esperanza renovada al enfrentar colectivamente el hambre y cuestionamiento a los intentos de captura clientelar de diversos partidos políticos. En el último año, han permitido abordar en conjunto otras respuestas e iniciativas que van más allá de la provisión de alimentos: espacios de huertas y producción, formación para el empleo, apoyo a problemas de salud, problemas de infraestructura barrial, etc.

Retomando algunas ideas conceptuales planteadas en la introducción, se sostiene que visibilizar este tipo de experiencias nos permite construir historias producidas por la sociedad política, es decir, las tramas comunitarias y populares que normalmente pasan desapercibidas. La respuesta estatal de “quédate en casa” trata a los ciudadanos como si fueran un todo homogéneo, una “sociedad civil” basada en el trabajador formal, con casa, capacidad de consumo, etc. Ante esto, las poblaciones y la sociedad política que vive día a día reaccionan ante la ausencia de políticas públicas que los tengan en cuenta, planteando demandas particulares y configurando respuestas concretas a través de la creación de tramas comunitarias organizadas, en este caso en torno al alimento. Esto pone de manifiesto la variedad de tiempos que, lejos de ser atrasados, son heterogéneos y coexisten con las configuraciones actuales.

A partir del seguimiento de la prensa, el análisis de los pronunciamientos públicos y el estudio de las políticas desplegadas a nivel central en referencia a las OMPs, se puede afirmar que el Estado desatendió la respuesta comunitaria masiva, capilar y cercana a las necesidades de la emergencia alimentaria que representan las OMPs. Los sentidos de la política estatal intentan recuperar el terreno perdido para desplazar las soluciones de la emergencia hacia la reactivación del mercado laboral o la compensación de políticas públicas de transferencia o apoyo alimenticio individualizadas. Se evita estimular la reconstrucción de tramas comunitarias que asumieron las necesidades alimentarias, ofreciendo una alternativa basada en las capacidades y posibilidades existentes durante más de tres años.

La “solución” propuesta una vez más es la alianza entre la gestión monopólica del sector público sin participación de las tramas comunitarias y una gestión individualizada de la carencia, con la mercantilización del acceso a los alimentos a través de un vínculo individual con el mercado laboral (mayormente precario). ¿Se garantiza de esta manera el acceso a alimentos adecuados en cantidad y calidad? ¿Qué impacto tendrán estos cambios en las estrategias de supervivencia de las personas que accedían a alimentos a través de las OMPs? ¿Es posible imaginar otros escenarios donde los recursos públicos y las capacidades comunitarias para abordar los problemas puedan asociarse de manera beneficiosa? Dada la desigualdad estructural en la sociedad uruguaya y los altos niveles de trabajo precario o la falta de ingresos estables, ¿no será necesario fortalecer estrategias alimentarias colectivas/comunitarias que no dependan de las dinámicas monetarias/salariales? ¿Es acertado el deseo de que las personas resuelvan sus necesidades alimentarias exclusivamente dentro de sus hogares o familias, cuando no existen las condiciones materiales para garantizarlo? ¿No constituye esto un retroceso donde la alimentación se devuelva al ámbito intrafamiliar e individual, lo que se politiza al colocarla en el espacio público-común? ¿Qué sucede con la multitud de otros problemas que las OMPs abordan y que afectan directamente a la convivencia y calidad de vida de las personas?

Para responder a estas preguntas, parece crucial no centrarse exclusivamente en las soluciones estatales, especialmente en un contexto de continuidad de un modelo económico excluyente. Es necesario comprender las limitaciones actuales de este tipo de experiencias comunitarias y considerar posibles puntos de encuentro y perspectivas que contribuyan a fortalecer la acción comunitaria sin cargar con una mayor responsabilidad estatal. Este fortalecimiento implica reconocer el valor social del cuidado comunitario y la reproducción de la vida a través del trabajo entre pares, así como la creciente autonomía creativa de las experiencias arraigadas en los barrios. Esta “política de los gobernados” (Chaterjee, 2008) ha sido combatida por el Estado, lo que plantea nuevas preguntas sobre las formas de gobernabilidad y el papel que las experiencias comunitarias desempeñan en la sociedad.

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Dirección de correspondencia:

Anabel Rieiro

Contacto: anabel.rieiro@cienciassociales.edu.uy.

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1 Doctora en Sociología. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7071-3602.

Correo electrónico: anabel.rieiro@cienciassociales.edu.uy.

2 Doctor en Sociología. Servicio Central de Extensión y Actividades en el Medio, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4674-3286. Correo electrónico: diego.castro@cseam.udelar.edu.uy .

3 Licenciado en Sociología. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-7906-3439. Correo electrónico: danielpenav@gmail.com.

4 Magíster en Sociología. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3145-1379.

Correo electrónico: rocio.veas@cienciassociales.edu.uy.

5 Licenciado en Antropología. Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de la República, Montevideo, Uruguay. ORCID: https://orcid.org/0009-0004-0697-0347.

Correo electrónico: camilo.zino@cienciassociales.edu.uy.

6 Butler señala con este término las condicionantes y amenazas que hacen que la supervivencia de los seres vivos no esté nunca garantizada, haciendo hincapié en los elementos que -por voluntad o accidente- pueden suprimirlos, tanto material como simbólicamente. “La precariedad también caracteriza una condición política inducida de vulnerabilidad maximizada, es una exposición que sufren las poblaciones que están arbitrariamente sujetas a la violencia de estado, así como a otras formas de agresión no provocadas por los estados pero contra las cuales estos no ofrecen una protección adecuada. Por eso, al mencionar la precariedad podemos estar hablando de poblaciones hambrientas o cercanas a una situación de hambruna (...)” (Butler, 2009, p. 323).

7 Castro se refiere a la producción y sostenimiento de mandatos populares en tanto acciones y luchas que no se caracterizan por elaborar demandas que serán atendidas por otros (relación carente - potente). La política de mandatos supone la alteración práctica y momentánea de las relaciones de mando-obediencia sobre un asunto o conjunto de asuntos específicos. El mandato es un ejercicio de “desmonopolización de la forma política Estado” con el objetivo de hacerse cargo de algunas de sus funciones, la mayoría de las veces frente a la incapacidad de responder adecuadamente. Se puede comprender como un ejercicio de “sustitución” de una función esperada y no cumplida: “obligando a obedecer”.

8 Otros resultados derivados del proceso de investigación pueden consultarse en Rieiro et al., 2021a; 2021b; 2021c; y 2022. https://www.extension.udelar.edu.uy/blog/books/entramando-barrios-ollas-y-merenderos-populares-en-uruguay-2021-2022/

9 Los y las estudiantes participaron en el marco del Seminario-Taller “Alimentación: tensiones entre la vida y el capital”, durante el primer semestre 2022 en la Licenciatura de Sociología.

10 En el informe de 2020, se trabajó con un universo de 687 iniciativas que estuvieron activas durante el período de marzo a julio. En este informe, al contrastar la información con la de 2020, solo se tomaron en cuenta las iniciativas activas en los mismos meses (junio-julio), por lo tanto, los porcentajes presentados difieren ligeramente de los del informe de 2020.

11 De las porciones de ollas en 2022, 71% fueron servidas en iniciativas del departamento de Montevideo, mientras que en los merenderos el 66% de las porciones fueron servidas en la capital.

12 Se consideran iniciativas vecinales a las comprendidas por al menos la mitad de sus integrantes vecinos no familiares directos, con o sin institucionalización formal, es decir, grupos informales de vecinos, pero también comisiones vecinales y de fomento barrial. Se consideran familiares a las ollas comprendidas por la mitad de sus integrantes familiares, pero que no integran colectivos u organizaciones formales (como clubes de fútbol infantil por ejemplo).

13 Es esperable que la proporción de iniciativas de grupos de Instituciones Religiosas haya estado subrepresentado en 2020 por la forma en que fue generada la base de datos mediante la técnica de bola de nieve, y que sea más ajustado en 2022, con el acceso a bases de datos de organismos públicos como las Intendencias u OSC gestoras de la política pública como Uruguay Adelante.

14 Durante la encuesta, se consultó sobre la cantidad de personas que organizaban o realizaban tareas para el funcionamiento de la iniciativa de manera semanal y sostenida. Esto implica un número mínimo de personas involucradas en la operación de ollas y merenderos, teniendo en cuenta que muchas personas colaboran de manera esporádica y no quedan registradas en este dato.

15 Es interesante que en Salto se conjuguen distintos aspectos: la mayoría de las iniciativas se definen como familiares, pero cuentan con la asidua participación de los comensales, fundamentalmente vecinos cercanos, ya que las Organizaciones de la Sociedad Civil (OSC) forman una constelación distribuida en los barrios que rodean el área central de la ciudad. Su base organizativa está fuertemente estructurada a partir de la gestión de recursos propios y provenientes del gobierno local, cuya modalidad de transferencia habilita un manejo con significativos grados de autonomía. Esto diferencia a Salto de otros departamentos del país.

16 Este alto porcentaje se explica por el hecho de que en Montevideo el 80% de las iniciativas mencionaron recibir insumos de esta fuente.

17 Resulta llamativo que en la zona metropolitana (Montevideo y Canelones) se menciona en menor medida el apoyo de donaciones particulares (apareciendo en el 40% de los casos aproximadamente) que en el resto del país (con más del 60% de los casos).

18 El número de menciones de Uruguay Adelante en Montevideo (47%) y Canelones (41%) es sustantivamente superior al resto de los departamentos del país, donde es mencionado por el 11%.

19 Sobresale el número de menciones de donaciones de vecinos/as (48%) en el interior del país donde los insumos provenientes de organismos públicos no existe o no es la principal fuente.

20 En los recursos recibidos por parte de las intendencias se destacan los porcentajes indicados por las OMPs de Montevideo, Canelones y Salto.

21 Plan ABC de la Intendencia de Montevideo pesa tanto a nivel nacional dada la proporción mayor de OMPs en Montevideo.

22 Es importante tener cuidado a la hora de interpretar y utilizar estos datos, ya que para las personas referentes en muchos casos se confunde o resulta difícil distinguir de dónde provienen los recursos, por los múltiples eslabones y formas de distribución. Esto sucede por ejemplo, con los recursos distribuidos desde las redes, donde se entrelazan y complementan los propios recursos de las redes, con los insumos de MIDES a través de Uruguay Adelante, la intendencia correspondiente, y Redalco.

23 En 2020, durante el trabajo de campo en la ciudad de Rocha, observamos cómo la entrega de alimentos cocinados por el ejército y articulados con otras instituciones públicas sin participación de las OMPs, tenían como consecuencia un impasse en su funcionamiento. Las iniciativas se ven así influidas en las distintas territorialidades por distintas políticas públicas y entramados sociales que hacen una dinámica singular en cada localidad.