MASCULINIDAD (ES) EN LA VEJEZ: LA CARA OCULTA DEL GÉNERO

Masculinity(s) in the age: the hidden face of the gender

fecha recepción: 12 de marzo de 2023 / fecha aceptación: 06 de junio de 2023

 

Mauricio Arreseigor1 y Georgina Martinez2

 


Cómo citar este artículo:

Arreseigor, M. y Martinez, G. (2023). Masculinidad (es) en la vejez: la cara oculta del género. Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinaria, 9(1), 57-77. https://doi.org/10.29035/pai.9.1.57

 

 

Resumen

El presente artículo consiste en una investigación orientada a conocer la producción social de las masculinidades viejas en Uruguay. Este estudio se llevó a cabo en el Departamento de Salto, con una metodología de corte cualitativo, a partir de diez entrevistas realizadas a varones mayores que se predispusieron a compartir sus experiencias de ser varón en la vejez.

De acuerdo con las narrativas relevadas, los varones mayores resaltan la jerarquización de su condición biológica por sobre su par femenino, a partir de las marcas corporales que lo dotan de ciertas características propias de su género. Por su parte, entienden al trabajo como un organizador social fundante de su vida, forjando su identidad a edades tempranas. Finalmente, estos varones alojan en la familia su principal soporte afectivo, quedando la mujer ubicada en un lugar instrumental a costa de los intereses de la auto-definición masculina.

Palabras clave: género, hombres mayores, masculinidades hegemónicas, trabajo, vejeces

 

Abstract

This article consists of a research oriented to know the social production of old masculinities in Uruguay. This study was carried out in the Department of Salto, with a qualitative methodology, based on ten interviews with older men who were predisposed to share their experiences of being a man in old age. According to the reported narratives, older men emphasize the hierarchy of their biological condition over their female pair, from the body marks that endow it with certain characteristics of their gender. For their part, they understand work as a social organizer that founds their life, forging their identity at an early age. Finally, these men house in the family their main support

Keywords: gender, hegemonic masculinities, old age, old man, worked.

Introducción

El envejecimiento, las vejeces y las personas mayores afloran como una temática de relevancia en los tiempos que transita la humanidad. El siglo XXI está marcado por grandes transformaciones que irán avizorando temáticas de interés para las ciencias sociales en general y la gerontología en particular. 

En estos tiempos, la gerontología ha derivado en múltiples corrientes a partir de las diversas, heterogéneas y desiguales formas de envejecer que afronta el colectivo de las personas mayores.  Una de ellas es la gerontología feminista, la que emerge a partir de la organización social del género y las condiciones que obturan a las mujeres iguales tránsitos sociales que sus pares varones. 

Los avances de la gerontología feminista han situado a los hombres mayores en una condición necesaria pero insuficiente de cara a la producción de conocimientos. En su mayoría, las publicaciones de esta corriente epistemológica profundizan en la deconstrucción del orden social patriarcal, haciendo explícitas las múltiples ataduras de las que son parte las mujeres y las huellas visiblemente constatables en las féminas mayores (Navarro, 2021).

Este estudio que aquí presentamos pretende revisar, desde una mirada relacional del género, la constitución de la masculinidad de los varones mayores, a fin de perfilar cuáles son los sentidos, significados, prácticas y acciones que solventan el imaginario masculino hegemónico. 

Es sabido que el envejecimiento trae cambios en vastos aspectos de la vida humana, volviendo a las dimensiones que lo constituyen una práctica inacabada de transformaciones que desafía al sujeto envejeciente durante todo el curso de su vida. Las personas marcan sus itinerarios según una serie de clasificaciones que le dan seguridad, dotando de sentido su propia identidad (Iacub, 2011, p.147).

En esta investigación se busca identificar los pilares de la masculinidad que sostienen los varones mayores de 65 años a partir de la reificación de nuevas marcas que se van construyendo y deconstruyendo a partir de los cambios que el envejecimiento les depara a los hombres durante la segunda mitad de la vida.

El desafío de esta producción está en recuperar los relatos masculinos, develando los innumerables secretos, temores y miedos que se inscriben y re-inscriben a través de las marcas que el paso del tiempo representa en el ser varón durante la vejez. Sin lugar a dudas, la vejez converge en un escenario atractivo para revisar los ejes vertebradores de aquellos idearios culturales sexo-genérico que estuvieron sustentado la vida de estos hombres. En ese sentido, la reinvención es posible en la medida en que el sujeto y las estructuras que le dan forma acogen la posibilidad de elaborar masculinidades menos exigentes a medida que se envejece. 

La apertura hacia esta aventura se forja por una poderosa convicción de quienes investigan por la necesidad de comprender las fracturas de las masculinidades durante el envejecer. Este trayecto contribuye a la intervención gerontológica en la revisión y constitución de futuras masculinidades plurales, abiertas, flexibles y democráticas; donde los viejos puedan gozar en plenitud, a pesar de que sus modelos de representación ya no encajan en los rigurosos perfiles solicitados.

Marco referencial

Masculinidad hegemónica y alternativas en curso

El género ha supuesto una dimensión organizativa de la vida humana que fue adquiriendo preponderancia en las políticas gubernamentales del siglo XX. Las diferencias establecidas a nivel sexo- género son expresiones ideológicas-políticas-filosóficas de una época que respondieron al emergente capitalismo industrial y sus necesidades de preservación. 

Para cada sujeto existe una atribución de género que se adjudica desde el nacimiento, tornándose independiente del lugar que ocupe en la estructura social. Esta disposición se caracteriza por una violencia simbólica donde la coerción de la dominante es aceptada desde la posición subordinada, volviendo a quién queda en situación de desventaja ante la dificultad de poder pensar y pensarse ante la estructura que afronta (Rodríguez y Jabbaz, 2020).

Ampliando la mirada sobre el género, Scott (1990) la refiere como un conjunto de valores, normas, acciones y atribuciones que se distribuyen de manera dispar entre varones y mujeres. Esas marcadas diferencias entre una y otro son adjudicadas a las particularidades del sexo biológico que culminan con la asunción de poder de uno a otras en los espacios de la vida comunitaria.

En virtud de ello, el sistema sexo- género (Rubin, 1986) alude a la construcción sociocultural de hombres y mujeres, afirmando que las particularidades de los géneros no están determinadas por el sexo, ni tampoco este condicionará las estructuras a ocupar en la sociedad, sino que las atribuciones son parte de una red social-simbólica-cultural desde donde lo político hace de las diferencias una cuestión natural.

Su consolidación como sistema de organización social hace que la dimensión del género cobre importancia sustantiva en la definición de necesidades, aspiraciones y deseos de hombres y mujeres que no son más que la respuesta cultural a las representaciones socio- culturales sobre lo que es “masculino” y “femenino”.

En esta construcción del género, el varón masculino ha quedado investido de marcas culturales- identitarias en oposición a grupos que se los ha minorizado. La masculinidad se consolidó a partir de sus características de poder y dominación, diferenciándose de todo aquel/ aquellos que no responden a las cualidades de superioridades que le fueron adjudicadas.

En concreto, la masculinidad se transforma en un modelo de hegemonía y dominación que impartirá la gobernanza sobre todo aquel que no responda a las cualidades que el mismo posee. Así, se entiende por masculinidad;

(…) un conjunto de significados siempre cambiante, que construimos a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con los otros, y con nuestro mundo. La virilidad no es estática ni atemporal; es histórica; no es la manifestación de una esencia interior; es construida socialmente; no nos sube a la conciencia desde nuestros componentes biológicos; es creada por la cultura. La virilidad significa cosas diferentes en diferentes épocas para diferentes personas. (Kimmel, 2019, p. 49)

El proceso de masculinidad está en plena construcción, marcada por un modelo ideal inacabado y en permanente cuestionamiento. Se apela a revisar el modelo hegemónico actual para crear una masculinidad donde las alternativas fueran consideradas como posibles. 

A pesar de las diferentes formas de cuestionar y revisar el modelo hegemónico de masculinidad, el proceso de socialización desarrollada sobre los individuos continúa perpetuándose a través del tiempo. Desde la familia, pasando por la escuela y, hoy, la propia tecnología continúan siendo fuentes sociales que refuerzan la asignación de roles sociales construidos, derivado de un andamiaje normativo, político, económico y cultural que lo articula. 

En este sentido, la masculinidad conforma su hegemonía a través de ideales que vuelven al hombre un sujeto de poder; así como se autoatribuye esa condición, es capaz de excluir a todo varón que no responde al ideal masculino. La clave está en la posesión por dominación y subordinación hacia quienes quedarían en un polo de inferioridad. El poder debe poseerse, pero por sobre todas las cosas demostrarse, por lo que un varón ideal es aquel que se muestra fuerte (Ramirez et al., 2021).

 

Masculinidad(es) en las vejeces. ¿Aperturas o discontinuidades? 

La masculinidad es diversa y está determinada por la edad, se constituye como un proceso que inicia al momento de nacer y se va desarrollando a lo largo del curso de la vida de cada ser humano.  Sin embargo, no se presenta de la misma manera en todas las edades. En principio implica un conjunto de acciones que intentan convertir a los niños en hombres para mantener ese lugar simbólico de poder y actividad, pero socialmente finaliza una vez se llega a la vejez, momento el cual el hombre deja de cumplir con los estereotipos propios de la masculinidad hegemónica activa.

Según los aportes de Guasch (2008), la masculinidad inicia en la infancia y es ahí donde los niños aprenden la teoría de la masculinidad a partir de la injuria, internalizando aquellos comportamientos y conductas de lo que significa ser varón. Simone de Beauvoir (1982/1949) considera que las personas no nacen varones ni mujeres, aprenden a serlo mediante el proceso de socialización; se aprende a ser varón o a ser mujer. 

Nuestra sociedad tiene una concepción de identidad de los géneros donde se le atribuye a los varones determinados roles y espacios, siendo estos interpretados culturalmente en función del modelo hegemónico que sobrevalora la masculinidad en desmedro de la feminidad. La edad y el género, por lo tanto, son dimensiones que inciden en la construcción de identidad del ser humano y se vuelven demasiado exigentes cuando se llega a la vejez, debido a que el sujeto siente que no puede cumplir con los ideales alcanzados de lo que implica ser varón, generando una pérdida de legitimación y valor que el ser adulto le otorgaba (Iacub, 2017).

Este modelo dominante, además de otorgar privilegios, también se caracteriza por frustraciones y dificultades que se van presentando durante el curso de vida de cada sujeto. En ese proceso, los varones constantemente buscan la aprobación de los demás para reforzar en sí mismos la idea de lo que implica ser masculino. En ese sentido, la masculinidad además de ser una construcción social que impone marcadores y roles de ser “varón” en un determinado espacio y tiempo, también determina la identidad de los hombres para que ellos logren ubicarse en este plano social. 

Los aportes de Iacub (2011) son trascendentales al momento de analizar la masculinidad e identidad en la vejez, porque este modelo dominante acerca de los roles de género se fragiliza ante los nuevos contextos que plantea el envejecimiento. 

Las importantes transformaciones que se producen en el sujeto, tales como los cambios físicos, psicológicos, sociales o existenciales, pueden ser detonantes de cambios en la lectura que realiza el sujeto sobre su identidad, que tensionan y ponen en cuestión al sí mismo, lo que puede incrementar inseguridades, fragilizar mecanismos de control y afrontamiento, demandar nuevas formas de adaptación o modificar proyectos. (p. 29)

Durante la vejez se producen cambios y transformaciones asociados al envejecimiento que son vividos según el contexto socio-histórico de cada sujeto, por lo que no se puede aludir a una única vejez como válida porque existen una multiplicidad de vejeces que se construyen social y culturalmente en cada espacio y tiempo, adoptando innumerables rostros (Ludi, 2012). Por ende, no podemos comprender a la masculinidad como única y repetible, esta también adopta determinados rostros porque no todos los hombres mayores viven y enfrentan de la misma manera los marcadores masculinos durante la vejez.

En algunos casos las transformaciones producidas en el envejecimiento pueden abrir un camino para demandar nuevos proyectos de lo que implica ser varón viejo, pero, en otros, el sujeto y la representación del sí son detonantes de inseguridades y dificultades para enfrentar este período de sucesivas pérdidas del estatus adquirido, que dejan a quienes lo transitan en una situación desesperante porque no logran cumplir con los ideales propios de la masculinidad.

Iacub (2017) y Ramos (2005) coinciden en que la cesantía laboral cobra un significado particular para los hombres mayores, debido a que el trabajo se constituye como uno de los principales vectores que les posibilitan gozar de poder, autoridad y estatus. Pero cuando este se pierde por la llegada de la jubilación, la masculinidad se va diluyendo en el horizonte en la medida en que el sujeto envejece y deja atrás todo aquello que solamente le es propio para el varón adulto que tiene un rol ocupacional dentro del mercado laboral. 

De ahí la concepción del trabajo queda relegada únicamente al rol ocupacional y a la actividad alienante de lo que implica trabajar en una sociedad mercantilizada, donde lo importante es vender la fuerza de trabajo.  Los aportes de Marx (1968) nos permiten visualizar al trabajo como actividad en donde el sujeto viejo puede crearse a sí mismo, proyectando su esencia en una actividad autocreadora que le permita ser y satisfacer sus necesidades a partir de nuevos proyectos de vida durante el envejecimiento. 

Sin embargo, aún nos sigue perpetuando la idea de un individuo que es funcional en la medida que trabaje de manera remunerada; un varón adulto sin trabajo probablemente se sentirá devaluado como hombre (Fuller, 2001, en Ramos, 2005). Es posible que en la llegada de la jubilación este sentimiento se intensifique por la pérdida del rol laboral y todos los privilegios que este rol le otorgaba.  

Bajo este entramado simbólico, la jubilación cumpliría dos papeles fundamentales: por un lado, el desligamiento de las actividades laborales, pero también la llegada de la vejez jubila a los varones mayores de la masculinidad porque socialmente se le arrebatan los recursos de poder y control propios de la masculinidad hegemónica. 

La pérdida del rol laboral lo haría poco funcional en el hogar, puesto que al estar muy arraigado a una cultura donde su espacio se constituía dentro del mercado laboral, los roles tradicionales femeninos en el ámbito doméstico significarán una discontinuidad y ruptura del poder masculino (Ramos, 2005). En ese sentido, los varones mayores no solamente sufren la pérdida del espacio que durante toda su vida han ocupado, sino que, a su vez, terminan pasando la mayor parte de su tiempo en un lugar que socialmente no ha sido asignado para su participación.

La cesantía laboral hace que los hombres mayores ocupen la mayor parte de su tiempo en el ámbito doméstico, lugar que socialmente no ha sido pensado para ellos. Sin embargo, el traslado del ámbito público al espacio privado del hogar puede significar grandes cambios en las relaciones familiares, porque es allí donde el ambiente doméstico se transforma en el centro de su actividad (Ramos, 2005). Las formas de relacionamiento con los demás miembros de la familia inciden en los cambios de actitudes y comportamientos que los varones mayores pueden afrontar por su alta presencia en el ámbito doméstico. 

En este punto, la actividad autocreadora podría significar otros modos y formas de afrontar la pérdida de los roles laborales durante la vejez, para que los varones mayores no queden reprimidos en las marcas sociales que durante la adultez gozaron, pero que perdieron con la jubilación. El hombre mayor dispone de tiempo para explorar la nueva estructura en la cual se encuentra inmerso, pero, a su vez, tiene la posibilidad de adaptarse a la pérdida de la masculinidad y es aquí donde la actividad autocreadora tiene trascendencia.

González (2021) considera que los hombres, cuando llegan a la vejez, descubren aquellos imaginarios sociales que los posicionan como débiles, dependientes e incompetentes para realizar una actividad remunerada. Es ahí donde los varones mayores sienten alejarse del modelo dominante de la masculinidad, debido a que el declive vinculado a la edad es considerado como un proceso de desmasculinización (Iacub, 2017) a raíz de que el centro de referencia para el trabajo remunerado necesita de cuerpos jóvenes, flexibles y ágiles.

Las marcas culturales-identitarias de la masculinidad, además del impacto en la cesantía laboral, también son detonantes que interfieren en el cuerpo de los hombres mayores, a quienes les toca afrontar y asumir los cambios propios del envejecimiento biológico. Durante ese proceso, los hombres pueden sufrir una pérdida de poder porque la fuerza física y su fortaleza, conquistada y disfrutada en toda su adultez, se tornan insuficiente con los cambios de su cuerpo durante su envejecer.

Una de las principales transformaciones que se producen en el cuerpo y afectan la identidad masculina es en la sexualidad. Retomando el concepto de masculinidad hegemónica, las características propias del varón están relacionadas con la productividad, potencia, éxito, capacidad física y fuerza, pero cuando estas características se van perdiendo durante el envejecimiento, se produce un pasaje de la potencia a la inhibición erótica (Iacub, 2017).

Durante todo el curso de vida de los hombres, las prácticas eróticas se han constituido como otro medio para reafirmar la identidad del rol masculino (Gross, 1978, en Iacub, 2017). En los discursos hegemónicos sobre estos, terminan siendo verdaderamente “varón” cuando inician su vida sexual y ponen en práctica todo aquello que les da poder y autoridad en una organización que clasifica roles y funciones según el género, sobrevalorando el inicio temprano de su sexualidad. 

En las prácticas eróticas y sexuales este no puede fallar porque socialmente cometer errores fragiliza su rol. La erección es un tema que preocupa toda la vida del varón y puede acentuarse en la vejez debido a los factores que disminuyen esta capacidad, llegando a tal punto que los hombres mayores abandonen la sexualidad para evitar fallar (Iacub, 2017). Por ende, la sexualidad queda casi clausurada e inimaginada, puesto que la práctica erótica y sexual en vez de hacerlos sentir más hombres, como sucedía en su vida adulta, tiende a fragilizarlos por el fracaso de lo que implica fallar durante el acto. 

Otro tema que ha llamado la atención al momento de pensar en la masculinidad durante la vejez son las relaciones que los hombres mayores establecen con su salud (González, 2021). Social y culturalmente las prácticas de cuidado corporal tienden a reducirse como una acción representada por el género femenino y, por lo tanto, ajena a los varones, debido a que ellos necesitan demostrar su fortaleza en el mundo exponiéndose a situaciones de riesgo, siendo incompatible el cuidado personal. 

En tiempos de pandemia las transformaciones en la vida cotidiana de las personas se han producido por las recomendaciones para el cuidado y protección del virus. El uso de mascarillas, alcohol en gel, distanciamiento social, entre otros. Han sido las principales pautas de comportamiento que se han adoptado en las prácticas de cuidado. No obstante, el cuidado como tal culturalmente ha sido asignado para el género femenino, y un rasgo peculiar en los hombres mayores es que dicha palabra no se encuentra asociada a su experiencia cotidiana (González, 2021).

Ellos, para reforzar su valentía y fortaleza, necesitan exponerse ante distintos riesgos para demostrar que no son débiles, mientras que adoptar los cuidados recomendados para protegerse del covid-19 significaba demostrar ante el mundo emociones como miedo y frustración, las que prefieren ocultar para mantener el status masculino.

Cuando se realiza un análisis sobre masculinidad, independientemente de la edad, es necesario reconocer que no existe un único tipo de hombre como así lo promueve el modelo dominante masculino. Al contrario, existen diversos tipos de hombres, en algunos casos están quienes cumplen con lo que es impuesto por la hegemonía, pero en otros hay quienes se oponen; esto va a depender de la capacidad de agencia y la flexibilidad en la identidad de cada uno. 

Metodología

La labor investigativa no es una actividad aislada sin intención alguna, de alguna forma se encarna en un enfoque que intenta ver y analizar la realidad desde el posicionamiento que adoptemos. Desde la perspectiva paradigmática en la que se situó la investigación, recurrimos al paradigma cualitativo interpretativo debido a que nuestra intención fue recoger distintas percepciones y significados que los varones mayores le otorgan e interpretan a su proceso de envejecimiento siendo varón.

Este posicionamiento paradigmático nos posibilitó una forma particular de concebir la realidad; interpretamos con los actores involucrados en la investigación y lo que tratamos de hacer es entender los significados que ellos le otorgan a las experiencias de su mundo (Noboa y Robaina, 2015). En este caso, nuestro interés subrayó la necesidad de construir una relación dialéctica entre los investigadores y los hombres mayores involucrados en la investigación, con la mera finalidad de indagar sobre las masculinidades en la vejez.

Para la recopilación de los datos empleamos como técnica las entrevistas semiestructuradas en profundidad e individuales. La seleccionamos porque entendemos que a través de ellas podemos acceder a las subjetividades de las personas con mayor facilidad para comprender las perspectivas que tienen acerca del envejecer siendo un hombre mayor. La cercanía con el entrevistado y la posibilidad de repreguntar hacen que el proceso de recoger la información tenga una riqueza muy útil. 

La guía de preguntas estuvo pensada para que sea una instancia enriquecedora basada en el diálogo y la confianza mutua. Por ello, se han llevado a cabo algunas preguntas limitadas, pero con la particularidad de que sean amplias para que el diálogo no quede únicamente fragmentado por una guía de preguntas masivas. En ellas se abordaron algunas cuestiones tales como los significados que los actores le atribuyen al hecho de ser varón en la vejez; los sentidos que le otorgan al trabajo y a sus experiencias personales sobre los vínculos afectivos que establecen en su cotidianeidad.

La muestra es de carácter intencional, compuesta por diez hombres mayores entre 65 y 85 años, a quienes se accedió a sus contactos a través de un muestreo por conveniencia, considerando que ya se tenía un conocimiento previo con los entrevistados. Los criterios de inclusión consistieron precisamente en entrevistar a hombres mayores de diferentes tramos de edades para que la muestra sea distribuida de mejor forma. 

El trabajo de campo se llevó a cabo durante el mes de mayo en el año 2020 y fue culminado porque, si bien entendimos que no alcanzamos a la saturación teórica en su totalidad, la entrevista al contener preguntas tan amplias nos proporcionó suficiente información y enunciados para trasladarlo a los hallazgos finales. 

Una vez finalizado el trabajo de campo, procedimos a elaborar una matriz analítica de resultados, lo que nos permitió sistematizar toda la información recabada en las entrevistas. Este instrumento metodológico nos posibilitó construir las siguientes categorías a fin de ordenar nuestros hallazgos: i) significados sociales de la masculinidad presentes en los varones mayores; ii) el trabajo como organizador de la vida masculina, y iii) la añoranza por lo que ya no se tiene en la vejez.

Resultados y Discusión

La masculinidad vista desde la superioridad de los varones mayores

En esta primera sección, se recuperan algunos relatos brindados por los protagonistas quienes manifiestan en distintas versiones las diferencias sexo-genéricas que coexisten en la sociedad. Hay quienes visualizan un cambio y avance en torno a la lucha y conquista sobre el género, pero en la mayoría de las entrevistas la cuestión biológica ha sido un factor determinante en las respuestas. 

La mujer, al ser biológicamente un ser humano que procrea, cambia su fisonomía, su estructura física mental y llega un momento hasta la menopausia ya empiezan a pensar en no tener relaciones porque es algo psicológico y biológico (Entrevistado 7, 73 años).

La mujer es más tierna, sufre más las cosas, el hombre deja veremos mañana y arreglamos, pero la mujer está siempre en eso (…) tengo un recuerdo lo dice la Biblia “la mujer es el vaso más débil” porque nunca puedes compararte con una mujer en el aspecto de fuerza, de condiciones, es mucho más débil, entonces ese respecto tenemos que tenerlo como base (Entrevistado 3, 72 años).

El saber biológico es quien termina marcando la pauta al momento de revisar estas diferencias sexo-genéricas, ubicando a la mujer como un simple objeto inferior por su condición biológica, mientras que el varón gana una posición superior debido a su fisionomía. En ese marco, la sexualidad en tanto construcción social termina siendo casi clausurada si se trata de las mujeres; su cuerpo al llegar a la etapa de la menopausia deja de cumplir con los mandatos sociales propios de la reproducción y, en ese espacio de disputa, el varón termina ganando terreno porque su condición de género lo privilegia. 

Recuperando algunos aportes de Iacub (2017), la construcción de ser varón viejo puede generar espacios de prestigio o exclusión y, en este caso, el prestigio que los protagonistas han visualizado se sitúa en una cultura donde la superioridad es conquistada solamente si a la mujer se la posiciona en una escala inferior. 

Por su parte, desde otro punto de vista, han hecho alusión a avances en torno al género y cambios en los roles que se han gestado en los últimos años. Ramos (2005) considera que desde el nacimiento se alienta a los varones a adquirir comportamientos y actitudes propios de lo que implica ser varón, pero estos mandatos, si bien aún permanecen con un cierto grado de poder discursivo, en la actualidad se han construido otras alternativas que proponen nuevas formas de ver a la masculinidad.

El rol del hombre hoy es diferente a lo que era antes. Me parece que el hombre antes se ponía los pantalones, tenía una tendencia muy formada muy sólida de mi mujer mi mamá cuida la casa cuida los hijos y yo aporto todo lo que puedo hasta lo que no puedo con tal de mantener eso (…) vivimos en una oleada donde yo creo que la mujer ha ganado mucho terreno que antes no tenía, muy burocrática lenta y pesada pero se ha logrado (...) Hoy ha cambiado las luchas la conquista aunque no deja de haber prejuicios, me siento quizás con algún prejuicio, pero siento que avancé (Entrevistado 5, 77 años).

Son los varones mayores de hoy quienes terminan arrastrando, en sus entramados vitales, las narrativas de la masculinidad propias del siglo XX. Estos relatos sociales construidos en el siglo anterior pueden generar resistencia o un proceso de deconstrucción por parte de los sujetos. El discurso presentado por un entrevistado nos deja con claridad su posición; aun teniendo prejuicios, reconoce la centralidad de la lucha feminista y los cambios que se han producido a partir de las mismas. 

Artiñano (2018) nos aporta que durante este último tiempo se han venido produciendo nuevas masculinidades, que, a pesar de tener dificultades, existe un cuestionamiento hacia los mandatos y atributos con respecto al género. No es en vano este avance, puesto que, con el simple hecho de cuestionar y revisar los ideales hegemónicos, se está desafiando al orden patriarcal.

Son los escenarios aquellos espacios donde las prácticas sociales se configuran y se organizan (Iacub, 2017), adoptando innumerables discursos en torno a las formas de concebir las masculinidades. Retomamos nuevamente la concepción de la diversidad de vejeces propuesta por Ludi (2012) para referirnos a la idea de que, si bien existe un orden normativo-patriarcal que impone y reproduce perfiles hegemónicos de lo que implica ser varón, la posición social de los sujetos en las estructuras determina cómo afrontan estos mandatos impuestos. 

Por un lado, pudimos analizar a partir de las voces de los protagonistas que hay resistencia, pero también rebeldía en torno a los roles que se han venido gestando. A continuación, se presentarán dos discursos que son contradictorios; el primero niega la posibilidad de que las personas construyan relaciones sexuales con su mismo sexo, mientras que el segundo realiza una autocrítica reconociendo el error de su accionar por los mandatos sociales impuestos en su juventud.

Pero la masculinidad no entiendo, no puede ser que un macho pueda cambiar de opción sexual, yo la verdad no entiendo (Entrevistado 7, 73 años).

Hacerme una autocrítica en este momento es criticarme partes erróneas que he tenido en mi existencia como hombre, que a veces somos soberbios. Lo hice con mi hija y estoy muy arrepentido al día de hoy, terminamos muy peleados y me duele mucho. Enviudé solo con 5 hijos, y mi hija fue quien asumió todo lo que hacía la madre que terminó en una reacción de despegue (Entrevistado 5, 77 años).

La construcción social de la masculinidad en las vejeces se determina en función de cómo se va consolidando la cultura, las subjetividades de los viejos de hoy son complejas porque traen impregnadas desde el siglo anterior normas culturales con un cierto grado de rigidez. Según los aportes de Artiñano (2018), los sujetos por un lado son culturales, pero también obedecen a quienes la cultura dominante sojuzga imposibilitando un accionar libre. 

Por un lado, hay quienes reflexionan con respecto a su accionar, como lo pudimos visualizar en el discurso anterior, pero en la medida que no logren procesos reflexivos y no comprendan el entramado cultural del que son parte y que reproducen, la masculinidad hegemónica termina ocultando la diversidad de significados y prácticas de lo que implica ser varón (Artiñano, 2018).

No obstante, esto se agrava cuando nos detenemos a pensar en el sesgo género-edad. Los viejos mayores que fueron entrevistados no solamente terminan reproduciendo ciertos imaginarios sociales sobre lo que significa ser hombre en una sociedad machista, también cargan con los prejuicios y estereotipos propios del edadismo y viejismo.

Hoy sería que soy más responsable, ya no hago las mismas cosas que hacía antes, las hacía libremente y hoy ya tengo que andar cuidándome. Por ejemplo, el tener un amante o lo que sea, cuando era joven lo hacía seguido, hoy eso ya no es así y por ahí me siento más responsable. Hasta el momento no me siento viejo, pero creo que me va a representar muchas cosas, ya no poder hacer la vida que hago, tener un amante o lo que sea, creo que ahí ya voy a sentirme que voy a quedarme viejo  (Entrevistado 9, 67 años).

Lo que ya no podemos hacer que nos duele una pierna nos duele un brazo, tener sexo como antes (…) ahora es muy distanciado a pesar de que en la vejez no se apaga cambia… no es lo mismo tener 25, 40 que tener el doble por lo menos, van cambiando las necesidades, y además eso une mucho a la pareja (Entrevistado 1, 89 años).

Una de las dimensiones propuesta por Iacub (2017) analiza la potencia sexual a partir de la inhibición erótica. El autor concibe que la sexualidad vinculada al erotismo y el coito es un vector clave al momento de afirmar la masculinidad hegemónica. Lo que se aprecia en los relatos de los protagonistas es una preocupación con respecto a la posibilidad de desarrollar prácticas eróticas como lo hacían en su juventud, no solo se visualiza una fragilidad física con respecto a los cambios biológicos que acarrea el envejecimiento, sino también que asumen los desafíos de la inhibición de la erección en la vejez. 

El trabajo como organizador de la vida masculina

Para la mayoría de las personas mayores de hoy, el trabajo ha supuesto directa o indirectamente un pilar fundamental en su vida. El siglo XX estuvo marcado por una sociedad salarial que se erigía por pautas productivas que dotaban a las personas de status de ciudadanía y reconocimiento social (Castel, 2005). Quienes han convivido con estos códigos culturales, hoy son personas viejas que continúan organizando su proyecto vital en relación con ciertos marcos de referencia que ya no están tan presentes. 

Un primer elemento ordenador de los discursos de los entrevistados refiere a que el trabajo aparece en la vida como una imposición repentina, cuasi obligatoriamente causada por un contexto familiar que precisaba para que esta situación ocurriera. En una época donde la educación aún no se encontraba extendida y tampoco contaba con el prestigio de la actualidad, su permanencia era escolar y, una vez concluida, era bien visto que los jóvenes dejaran la currícula formal para iniciar sus primeras armas en el trabajo.

Mucho ocupó, desde los 12 años trabajo cuando terminé la primaria y paré en el 2008. Me jubilé antes, pero seguí trabajando (…) seguí trabajando por cuestiones económicas (Entrevistado 1, 89 años).

Trabajé desde muy joven empezando en changas, era lo que daba en aquel tiempo, tuve que dejar la escuela porque en mi casa faltaba llenar la barriga, después trabajé por años de peón de construcción y de eso me jubilé (Entrevistado 5, 67 años).

En mi vida fue lamentablemente el primer lugar porque no tuve la suerte de tener dos padres que tuvieran plata y buen pasar. No tuve padre, entonces a partir de ahí conocí el sacrificio, empecé a trabajar y conocí el sacrificio (…) El trabajo es la única herramienta que tienes para sobrevivir, lo llevas por toda la vida. Yo por lo menos siempre deseo tener trabajo, es una necesidad (Entrevistado 3, 72 años).

El trabajo para estos y otros hombres aparece como la puerta de entrada a la juventud. La primera graduación no sería salir de la escuela, sino ingresar al mercado laboral, considerando que esta situación les otorgaría un reconocimiento familiar a partir de la imagen de salvación de la estructura familiar. 

La idea de sacrificio, esfuerzo y presión son cualidades que definen al hombre hegemónico, el que se diferencia por asumir un lugar de salvataje en la familia. Sus cualidades físicas, mentales y psíquicas aparecen en el imaginario masculino y orientan la conducta viril que los lleva a interpretarse como alguien distinto al resto de los miembros de la familia por su relevancia y destacada función en ella (Rodríguez y Jabbaz, 2020).

La iniciación a edades tempranas en actividades laborales, con las obligaciones que la tarea conlleva, fueron suficientes para edificar en estos hombres una mirada respecto al lugar que pasaría a ocupar el trabajo en sus vidas. Adicionalmente, la subjetividad a edades tempranas comienza a conformarse a partir de las experiencias previas de sus padres, quienes a través de sus prácticas evidenciaban la importancia que tenía el trabajo en el varón.

Es muy importante porque el hombre es el proveedor de una familia y tiene que sí o sí trabajar o sino pensar en algo que no se pueda hacer. Para mí, siempre fui muy saludable porque trabajé desde los 12 (Entrevistado 1, 89 años).

Yo era muy austero en la economía, porque en la sociedad nuestra si vos fracasas en los ingresos, fracasas en todos los órdenes de la vida, y por eso yo en el cumplimiento de mis responsabilidades lo hice, bueno a los 20 años terminé comprando un terreno (…) Logré los ingresos con mucho sacrificio, fui cañero, y era tanta la bondad de mi cuerpo que convincentemente que era mi sacrificio valía tres o cuatro jornales de la construcción. Todos esos sacrificios se hacen en el trabajo (Entrevistado 5, 77 años).

Cuando me costaba conseguir trabajo me sentía mal porque me daba el orgullo no de llevar el lujo, pero sí de darle a mi familia un lugar donde vivir, qué vestir y qué comer. Y es una obligación, como hombre es una obligación (Entrevistado 3, 72 años).

Para la mayoría de los entrevistados, el trabajo tenía la contradicción de haber sido inicialmente una obligación y, como tal, exigida por la presión externa de quienes conformaban sus redes de sociabilidad. Sin embargo, la actividad por sí misma es vista como una acción saludable y confortable, más allá de las exigencias que esta tuviese. El bienestar que produce la práctica del trabajador no está en lo que la acción reporta por sí misma, sino en los resultados que esta conlleva para otras esferas de su vida que lo dotan de poder y grandeza.

La función de proveedor económico cuenta con una significación social especial para los hombres, su identidad masculina está conformada por lo que le reporta su ámbito laboral, tal es así que la valoración social está situada en los éxitos alcanzados en el trabajo (Ramos, 2005). En los relatos se puede vislumbrar como la provisión económica está directamente asociada a la cantidad de jornales realizados. La ausencia de regulación laboral y la aceptación social del trabajo como una acción de sacrificio hacía que muchos de estos varones, hoy hombres viejos, pasaran gran parte de su vida en la fábrica, más que en la casa. De hecho, parece denotarse que para garantizar el bienestar en la casa, menos tiempo habría para estar en ella.

La sustitución de la función laboral no aparece como algo sencillo; al contrario, la práctica laboral parece continuar explicando parte de su vida durante la vejez, aunque con menor tenor y presencia que antes. Una vez jubilados, muchos de los hombres entrevistados refieren continuar realizando alguna que otra tarea remunerada, aun cuando no lo requieran para su subsistencia.

En definitiva, la existencia de alguna tarea puntual, remunerada o no, pero considerada dentro de los marcos referenciales del trabajo, es un elemento operatorio suficiente para que estos hombres se resguarden discursivamente en una expresión de continuidad en el mundo laboral, aunque sea desde otro lugar. 

También están aquellos que ponen el acento en un cambio que les permite encontrarse con lo que nunca supieron podrían encontrarse. Varones mayores que comienzan a disfrutar de espacios comunitarios, en organizaciones de personas mayores, disfrutando de la compañía de otras y otros en ámbitos que les resulta novedoso, en función de sus experiencias de vida previa.

 

La añoranza por lo que ya no se tiene en la vejez

Las personas mayores son el devenir de una trayectoria de vida signada por cambios y transformaciones constantes, que pone al sujeto que envejece en una relación dialéctica entre lo que fue y lo que es hoy día. La identidad es una expresión narrativa, cargada de representaciones sobre el sí mismo que despliegan las personas, intentando preservar un discurso coherente respecto a lo que fueron, son y serán (Iacub, 2011). 

Los relatos de estos hombres mayores dejan entrever la sensación de haber perdido una cualidad, característica o esencia que los definía como mayores, en algunos casos refieren al atributo físico, dando cuenta de su capacidad de superación y esfuerzo en determinadas disciplinas, otras veces son las atracciones hacia el género femenino y las conquistas alcanzadas. En todos ellos figura una idea de pérdida irreemplazable, que les exige una redefinición de aquellos postulados que le dan sostén a su identidad.

De los 20 a los 40 cómo cambiar una vez por semana de mujer, eso me gustaba antes. La juventud me hizo cambiar de mujeres y conocer. Hoy siento que no lo puedo hacer tanto como en la juventud, más o menos, pero no como lo pude hacer cuando era joven. Si antes cambiaba cada 15 días o por semana, hoy lo puedo hacer cada 6 meses (Entrevistado 9, 67 años).

Correr como antes en la cancha, igual todavía la calidad de jugador la tengo (Entrevistado 10, 67 años).

Lo que no puedo hacer es la sexualidad. Ahora me gustaría tener 30 años menos (Entrevistado 1, 89 años).

Para algunos de los entrevistados, su relación con las mujeres estaba determinada por la cantidad de relaciones que alcanzaba a conquistar. Su masculinidad se cimentaba en relación con los vínculos esporádicos, haciendo de un buen hombre aquel que lograba un grado de triunfalismo con respecto a la cantidad de mujeres con las que había preservado alguna relación.

En la misma línea, también figura en estos varones la noción de un cuerpo que ya no responde de la misma forma que antes. El deporte y, en particular, el de alto rendimiento es una práctica ejercida por el hombre para evidenciar la fortaleza física y graduarse en su condición de ser varón (Injumeres-Mides, 2016).

Otro eje que será tratado con mayor atención es la sexualidad. Para la mayoría de los varones entrevistados, su actividad sexual ha mermado de forma inesperada; su aspiración por conservar un rendimiento similar a su juventud se ve trastocado con un escenario que le presenta la obligación de recurrir a adaptaciones a nivel psíquico.

Estos hombres mayores construyen su refugio en la familia, siendo este espacio el lugar de mayor relevancia que encuentran en la actualidad. La presencia de sus hijos, y la cercanía de estos, marca el grado de bienestar y, en especial, la compensación con las restantes situaciones que ya no poseen. El ejercicio de la masculinidad adquiere cierta readecuación en el campo doméstico, adquiriendo un nivel importante en la regulación de la socialización y afecto construido en este espacio.

Por mi familia, nietos, hijos, sobrinos, todo está bien y es lindo porque tiene matices, cada cual tiene su espacio y se disfruta, a mí me encanta confrontar con mis bisnietos (Entrevistado 5, 77 años).

Lo más importante para mí, mi señora y mis hijos siempre tengan buena salud, son pensamientos que a veces no se dan (Entrevistado 1, 89 años)

Amar a la familia, las hijas, los nietos...diría que la familia lo primero, después lo otro la actividad social, yo voy por política a un comité, voy al casino por clubes deportivos (Entrevistado 4, 71 años).

Para estos varones, la vejez es una posibilidad de disfrutar de logros personales, después de tanto esfuerzo. La familia aparece dentro de estos márgenes; una vida de sacrificio, sostén económico, provisión material, que hoy día puede materializarse en hijos adultos y nietos inscriptos en procesos educativos que ellos no pudieron alcanzar. 

Para estas vejeces masculinas, las nuevas generaciones, en tanto hijos, nietos y bisnietos, los conecta con otras épocas de su vida en una doble dimensión. La primera, a través del vínculo que establecen con ellos, derivando en recuerdos, experiencias y situaciones que confrontan con lo que era su infancia y/o juventud. La segunda, asociada a la condición artífice de los cimientos de la familia, entendiendo que la presencia de ellos se debe, en parte, a las sobreexigencias realizadas en su adultez. 

Conclusiones

La construcción social de la masculinidad en las vejeces ha sido un campo de estudio del que poco se ha estudiado. Esto nos convoca a uno de los primeros desafíos que consiste en incorporar a los viejos mayores como sujetos de estudio en las investigaciones. Incorporar a los hombres mayores como sujetos de estudio nos permite conocer aquellos cambios y permanencias que se establecen en sus prácticas e identidades, respecto a lo que significa ser hombre en la sociedad actual, pero principalmente desde sus propias narrativas.

A partir de los planteamientos de las teorías feministas, el varón también se produce desde una construcción social que se conforma desde lo impuesto por la ideología patriarcal. El pacto patriarcal no solamente necesita reforzar el androcentrismo en todas sus facetas; dentro del postulado de concebir al hombre como centro existe un tipo de hombre, dejando por fuera a quienes terminan alejándose de estos perfiles hegemónicos y entre ellos la vejez masculina se ve configurada como lo indeseado.

Con esta investigación, nos propusimos conocer, desde las voces de los hombres mayores, las formas que adopta la masculinidad en un mundo con sujetos tan diversos. Los protagonistas han relatado sus narrativas, experiencias, significados sobre lo que implica ser varón en la vejez, y entre todos los relatos hemos encontrado que no existe un único tipo de ser varón en la vejez. Si bien hay aspectos coincidentes, debemos tener presente en todos los aspectos de la vida que no podemos aludir a la masculinidad de manera homogénea, porque en la realidad social existe una multiplicidad de formas de serlo.

Sin embargo, los resultados nos han arrojado ciertas coincidencias por parte de quienes han sido entrevistados. Un primer aspecto es que aún sigue presente, con firmeza, la imposición del saber biológico y, por ende, las diferencias sexo-genéricas son explicadas por esta disciplina. Si bien hemos observado varones que hoy están en un proceso de deconstrucción con respecto a la estructura de género, la diferencia biológica en los cuerpos sigue marcando y reproduciendo la inferioridad de la mujer y la superioridad del varón en términos corporales.

Las diferencias sexo-genéricas determinadas por la anatomía del cuerpo humano también terminan influyendo en el trabajo, según los protagonistas. La división sexual del trabajo aún continúa presente en los viejos mayores entrevistados, quizás porque las obligaciones laborales los han llevado a iniciarse en la vida laboral de forma temprana, pero lo cierto es que la estructura de género hoy sigue marcando el lugar que la mujer debe ocupar en el ámbito laboral, siendo la esfera privada por excelencia para ellas y el espacio público, de los hombres.

Son los varones mayores de hoy quienes arrastran en sus entramados vitales las narrativas de la masculinidad propias de siglo XX, donde el espacio de la mujer era únicamente el lugar doméstico. Hoy se abre el abanico y las visualizan trabajando en el mismo ámbito, con la diferencia de ser una tarea remunerada. Mientras tanto, los varones son quienes deben asumir las responsabilidades de cargar con aquellos trabajos que exige un alto rendimiento corporal, al fin de cuentas las diferencias sexo-génericas son determinadas según los sujetos por el saber biológico, el que se desplaza hacia la división sexual del trabajo, asignando tareas exclusivas para las mujeres y otras para los hombres.

La vejez como construcción social termina marcando a los sujetos una edad jubilatoria; en este aspecto, hemos observado que para la gran mayoría de los protagonistas el momento de la jubilación les ha modificado sus vidas, principalmente por la ausencia de las tareas laborales en su cotidianidad. La alternativa que han encontrado para salvaguardar este extrañamiento ha sido, sin duda alguna, el trabajo informal.

Sin embargo, hay varones mayores que se abren a la posibilidad de buscar otros espacios comunitarios en organizaciones de personas mayores, entre otros. Para ocupar el tiempo que el trabajo le ocupó en su momento no visualizan a la jubilación como algo negativo, sino como la oportunidad de disfrutar de aquellos espacios que anteriormente no frecuentaban por falta de tiempo.

Con respecto a los vínculos afectivo-amorosos, nos hemos encontrado con viejos mayores que presentan preocupación respecto al ejercicio de la sexualidad. La sociedad machista y viejista en la que vivimos castiga a los hombres cuando no son funcionales en la sexualidad, primero se los castiga como hombres y, luego, por el hecho de ser viejos. En ese sentido, los hombres manifiestan su preocupación por establecer estos vínculos sexuales y prefieren resguardarse con el apoyo de su familia.

Necesitamos producir otras vejeces masculinas posibles que nos permitan desarticular los ideales hegemónicos propios de la masculinidad. Debemos darle visibilidad a los hombres mayores como sujetos de estudio y aportar en las formas posibles a las teorías feministas; el patriarcado no solamente impone imaginarios sociales hacia la mujer, los hombres también están dotados de género.

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