BIENESTAR PARENTAL Y CAMBIOS EN LAS RELACIONES DE GÉNERO. DESAFÍOS EN LA INTERVENCIÓN E INVESTIGACIÓN PSICOSOCIAL CON FAMILIAS

Parental well-being and changes in gender relations. Challenges in psychosocial intervention and research with families

Fecha de recepción: 19 de octubre de 2024 / fecha de aceptación: 20 de enero de 2025

 

María de los Ángeles Oyarzún-Farías1, Karen Mardones-Leiva2 y Daniela Núñez-Moreno3

 


Cómo citar este artículo:

Oyarzún-Farías, M de los A., Mardones-Leiva K. y Núñez-Moreno D. (2024). Bienestar parental y cambios en las relaciones de género. Desafíos en la intervención e investiga-ción psicosocial con familias. Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinaria, 10(2), 10-31. https://doi.org/10.29035/pai.10.2.10


 

Resumen

Convertirse en padre o madre constituye un evento crucial en la vida de las personas. En las últimas décadas, el impacto de la parentalidad en el bienestar de padres y madres ha comenzado a ser objeto de estudio, atendiendo a los diversos desafíos que enfrentan en el ejercicio del rol parental en el contexto actual. Este trabajo tiene como objetivo analizar los desafíos que emergen para la intervención e investigación en el trabajo con familias desde una perspectiva interdisciplinaria, enfocándose en el impacto de la parentalidad en el bienestar de ambos progenitores y los cambios en las relaciones de género al interior de las familias. Para ello, se llevó a cabo una revisión narrativa, realizando una exhaustiva revisión de la literatura existente relacionada con el tema, estableciendo una síntesis de los principales hallazgos que dan cuenta del estado del arte. En cuanto a los resultados, se observan cambios en las familias, especialmente en los arreglos vinculados a la crianza y cuidado de los/as hijos/as. Así, se identifica el impacto que tiene la parentalidad en el bienestar de padres y madres, estableciéndose que este está moldeado por la interacción de distintos factores, tales como individuales, familiares y estructurales. Con los resultados de este trabajo, se busca contribuir al desarrollo de estrategias efectivas para la intervención con familias, así como al avance del conocimiento académico sobre parentalidad en contextos contemporáneos, atendiendo a los desafíos que enfrentan padres y madres en la tarea de crianza en el escenario actual.

Palabras clave: bienestar parental, familia, masculinidad, parentalidad, paternidad, relaciones de género

 

Abstract

Becoming a parent is a crucial milestone in people’s lives. In recent decades, the impact of parenthood on parents’ well-being has become a focus of study, addressing the diverse challenges they face in fulfilling their parental role within the current context. This study aims to examine the challenges that arise in family intervention and research from an interdisciplinary perspective, emphasizing the impact of parenting on parents’ well-being and the shifts in gender dynamics within families. To achieve this, a narrative review was conducted, involving a comprehensive literature review on the topic and synthesizing key findings to provide an overview of the current state of knowledge. The results highlight changes within families, especially in the arrangements linked to the upbringing and caregiving of children. More specifically, these findings underscore the significant impact of parenting on parents’ well-being, shaped by the interplay of individual, familial, and structural factors. This work seeks to contribute to the development of effective family intervention strategies and advance academic comprehension of parenting in contemporary contexts, addressing the challenges that parents face in caregiving within the current social scenario.

Keywords: parental well-being, family, masculinity, parentality, fatherhood, gender relations

Introducción

Como profesionales e investigadoras de las Ciencias Sociales, en particular de Trabajo Social y Psicología, y especialmente desde nuestra labor como académicas formadoras de nuevos/as profesionales, nos planteamos la tarea de reflexionar sobre los procesos sociales que acontecen y, en ese marco, discutir los desafíos que enfrentamos tanto en la intervención como en la investigación. Un tema de interés que atraviesa la labor de diferentes profesionales es el trabajo con familias, considerando las diversas transformaciones que estas han experimentado en las últimas décadas y que continuarán viviendo, según las tendencias de cambio reportadas en diversos estudios (Muñoz y Reyes, 2018). En particular, la parentalidad es, sin duda, reconocida como uno de los tópicos de mayor interés en el estudio de las familias debido a las tensiones y demandas que ha enfrentado tras los cambios asociados al proceso de modernización. Entre estos se destacan los cambios en las relaciones de género, la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado y una mayor participación de los hombres padres en la crianza, entre otros.

La parentalidad ha sido analizada, especialmente, por el impacto que tiene la crianza en el desarrollo de hijas e hijos. Sin embargo, desde hace un par de décadas, principalmente en países anglosajones y Estados Unidos, se han explorado nuevas aristas del fenómeno, entre ellas la experiencia de los padres, madres y/o adultos cuidadores de niñas, niños y adolescentes (NNA). Estos temas han comenzado a despertar un creciente interés académico. En este contexto, este trabajo tiene como objetivo reflexionar teóricamente sobre los desafíos que emergen para la intervención e investigación en el trabajo con familias desde una perspectiva interdisciplinaria, enfocándose en el impacto de la parentalidad en el bienestar de los padres y madres y en los cambios en las relaciones de género dentro de las familias.

Para ello, se realizó una revisión narrativa que permitió identificar el estado del arte sobre el tema de estudio, integrando los principales hallazgos e identificando, además, vacíos en la generación del conocimiento.

 

Marco referencial

La familia, como institución básica y esencial para el mantenimiento de la sociedad, comenzó a experimentar, desde mediados del siglo XX, una serie de transformaciones asociadas al proceso de modernización. Diversos autores coinciden en identificar aspectos como los siguientes: cambios en las estructuras familiares —si bien la familia biparental con hijos/as sigue siendo la más común, han aumentado los hogares monoparentales con hijos/as, especialmente con jefatura femenina, así como los hogares unipersonales, integrados por personas mayores—; la disminución del número de hijos/as; la incorporación de las mujeres al mundo laboral; y los cambios en los roles tradicionales de los hombres en la familia (Herrera-Justicia y Amezcua, 2023; Muñoz y Reyes, 2018).

En relación con el aumento en la diversidad de estructuras familiares, se observa que entre las décadas de 1950 y 1960 la familia moderna ocupó un lugar central en el debate estatal. En el contexto de la revolución industrial, la familia conyugal se consolidó como la familia tradicional, caracterizada por ser nuclear y patriarcal, con una división sexual del trabajo en la cual las mujeres se encargaban de la crianza de los/as hijos/as y las tareas domésticas, mientras que los hombres asumían el rol de proveedores y autoridad del hogar (Olavarría, 2014). Durante décadas, este tipo de familia fue reconocida como hegemónica o “la” familia, gozando de mayor valoración social en desmedro de otros tipos de familias que coexistieron en la sociedad.

Durante el siglo XX, las mujeres avanzaron en derechos, lo que debilitó el lugar de los hombres como autoridad del hogar (Fuller, 2020). Según la misma autora, las reformas neoliberales de la década de 1980 impulsaron la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado, con el fin de complementar los ingresos familiares. Esto trajo consigo transformaciones no solo en el espacio público, sino también en el privado del hogar.

Diversos estudios han mostrado que la entrada de las mujeres al mundo laboral impactó en el ordenamiento familiar tradicional, dando lugar a cambios en la paternidad tradicional (Cortés-Rodas et al., 2021). Se observa, por tanto, que las formas tradicionales en las que padres y madres ejercían su rol parental necesitan ser replanteadas para dar respuesta a las variadas demandas y desafíos actuales relacionados con la crianza y el cuidado de los/as hijos/as. Esto ocurre porque, a pesar de los cambios, la división sexual del trabajo y la desigualdad persisten dentro del hogar, que sigue siendo un espacio central donde sus integrantes buscan el bienestar (Katzkowicz et al., 2017; PNUD, 2019; Torns, 2016).

En este contexto, estudios como el de López-Rodríguez y Gutiérrez (2023) han evidenciado cambios en las estructuras familiares y la búsqueda de nuevos arreglos, especialmente en el cuidado de los/as hijos/as. Esto genera preocupación sobre la tarea de crianza que desempeñan padres y madres en el contexto actual. La parentalidad, entendida como un término que se refiere a la condición de ser padre o madre y que trasciende lo biológico, implica el conjunto de funciones ejercidas por los padres y madres y/o adultos significativos —considerando la diversidad familiar— para el cuidado de sus hijos/as (Bornstein, 2019). Por ello, la parentalidad se configura como un objeto de interés para las y los profesionales de las ciencias sociales.

 

Parentalidad y bienestar

En esta línea, el impacto de la parentalidad en los/as hijos/as ha sido uno de los principales focos de estudio. La revisión de la literatura evidencia la existencia de investigaciones científicas que destacan el efecto de la parentalidad en el desarrollo afectivo y las conductas externalizantes en los/as hijos/as (Bernal-Ruiz et al., 2018; Hughes et al., 2020). Más recientemente, se ha comenzado a indagar sobre el impacto de los estilos, prácticas y competencias parentales en el desarrollo de habilidades cognitivas de los/as niños/as (Fuentes-Vilugrón et al., 2022). De igual forma, estudios centrados en la paternidad (IPPF/WHR y Promundo, 2017; Lee, 2024) han identificado que la participación activa del padre en la crianza beneficia el bienestar de los/as hijos/as, contribuyendo a su desarrollo cognitivo, emocional, físico y social. Además, esta participación reduce el riesgo de problemas en el desarrollo de los/as hijos/as, tales como conductas delictivas, consumo de drogas y problemas de conducta.

Sin embargo, ante las múltiples exigencias y desafíos que enfrentan padres y madres en la actualidad, desde la academia se ha comenzado a cuestionar y problematizar el impacto de la parentalidad en el bienestar de los propios padres y madres, introduciendo el concepto de bienestar parental. Diversos autores coinciden en que convertirse en padre o madre representa uno de los principales desafíos en el curso de la vida de las personas (Nomaguchi y Milkie, 2020). El nacimiento de un/a hijo/a afecta diversos ámbitos de la vida de los padres y madres y, aunque constituye una fuente de alegría y satisfacción, también trae consigo numerosas preocupaciones y malestares (Blanco et al., 2020; Gupta, 2023).

Los estudios sobre el bienestar parental no arrojan resultados concluyentes. Por un lado, algunas investigaciones señalan que la parentalidad tiene un impacto positivo en el bienestar de los padres y madres, asociándose con mayores niveles de felicidad y satisfacción con la vida en comparación con personas sin hijos/as (Augustine y Negraia, 2024; Koziol y Augustine, 2025; Nomaguchi y Milkie, 2020). Por otro lado, otras investigaciones muestran que la parentalidad puede tener un impacto negativo en el bienestar parental, relacionado con efectos adversos derivados de la crianza, como el impacto económico, la falta de sueño y las preocupaciones constantes (Blanchflower y Clark, 2021; Blanco et al., 2020; Cova et al., 2021; Negraia et al., 2021). En este sentido, la parentalidad sigue siendo un fenómeno que requiere discusión tanto en el ámbito académico como en el de la intervención con familias.

De los hallazgos expuestos, se hipotetiza que la parentalidad, en sí misma, no constituye una condición de bienestar o malestar para los padres y madres, sino que su impacto depende de la interacción de diversos factores individuales, familiares y estructurales. Estos factores podrían influir en las experiencias de los padres y madres en el ejercicio de su rol parental, generando un aumento o disminución en su bienestar (Nelson-Coffey y Stewart, 2019; Nomaguchi y Milkie, 2020).

Desde los factores individuales, la edad y el sexo de los padres y madres son reconocidos como aspectos centrales. En este sentido, se observa una relación positiva entre la edad de los padres y madres y el bienestar parental (Nomaguchi y Milkie, 2020). Estudios han constatado que la edad incide en la relación entre la parentalidad y el bienestar de los padres y madres, identificándose mayores niveles de bienestar en padres y madres mayores (Kristjansdottir et al., 2020; Nomaguchi y Milkie, 2020). Padres y madres menores de 50 años con hijos/as mostraron menos satisfacción vital en la “escalera de la vida” en comparación con su contraparte sin hijos/as (Cova et al., 2021). No obstante, otras investigaciones muestran que no está clara la dirección de la relación entre la edad y el bienestar parental, ya que esta ha resultado ser un factor predictivo del estrés parental, con mayores niveles tanto en padres y madres más jóvenes como en padres y madres mayores de 37 años (Oyarzún-Farías et al., 2021). Por ello, se considera necesaria mayor investigación en torno a esta relación. De igual manera, se estima imprescindible que las intervenciones consideren este aspecto para poder dar respuestas efectivas a las necesidades de padres y madres en las distintas etapas del curso de vida, reconociendo que la experiencia parental presenta matices según la edad de los progenitores.

La evidencia disponible muestra que el bienestar parental se vincula con el sexo de quien ejerce la parentalidad, estableciéndose que la experiencia parental influye de manera distinta. Así, varias investigaciones concluyen que los padres presentan mayores niveles de satisfacción con la vida y felicidad en contraste con las madres (Nelson-Coffey et al., 2019; Nomaguchi y Milkie, 2020). En coherencia con estos hallazgos, un estudio con padres y madres chilenas constató que las madres presentaron mayores niveles de estrés y satisfacción parental en comparación con los padres (Oyarzún-Farías et al., 2021). Sin embargo, Nomaguchi y Milkie (2020) exponen la existencia de indicios de cambios, particularmente en los costos y recompensas vinculados con el ejercicio de la parentalidad, debido a las transformaciones de la paternidad en las últimas décadas.

En relación con los factores familiares vinculados al bienestar parental, el estado de la relación de pareja y el número de hijos/as se constituyen en aspectos de interés. Así, los hallazgos son consistentes al mostrar que padres y madres casados/as o en pareja presentan mayores niveles de felicidad y satisfacción con la vida en comparación con aquellos/as en otra condición, tales como separados/as, solteros/as y viudos/as (Augustijn, 2022; Nomaguchi y Milkie, 2020; Oyarzún-Farías et al., 2021). Por otro lado, la evidencia muestra que el bienestar parental se relaciona con el número de hijos/as (Milovanska-Farrington y Farrington, 2021), constatándose que tener más hijos/as se asocia con mayores niveles de estrés y menor bienestar parental, especialmente cuando los/as hijos/as son pequeños/as (Seijo et al., 2023). Asimismo, en un estudio con población chilena, se mostró que ser mujer, tener dos hijos/as y el conflicto hogar-trabajo fueron predictores de un mayor estrés parental (Oyarzún-Farías et al., 2021). Se distinguen diferencias de género en la relación entre el bienestar parental y el número de hijos/as, siendo las madres quienes se ven más afectadas en el ejercicio de su rol parental (Milovanska-Farrington y Farrington, 2021; Oyarzún-Farías et al., 2021). En este sentido, se puede concluir que tener más hijos/as pequeños/as simultáneamente puede sobrecargar a los padres y madres, especialmente a las madres, generando estrés y disminuyendo su bienestar. Esto amerita que, desde las intervenciones, se preste atención a la incidencia que podría tener un mayor número de hijos/as en la salud mental y el bienestar de padres y madres, ya que podría constituirse en un factor de riesgo para algunas familias.

Asimismo, se han detectado factores estructurales que afectan el bienestar de los padres y madres. Entre estos, se destaca la incidencia del nivel socioeconómico del grupo familiar, considerando tanto los ingresos, la ocupación y la clase social. Se ha observado que padres y madres de nivel socioeconómico alto presentan menor bienestar derivado de su parentalidad y mayores niveles de emociones negativas, como estrés y fatiga (Negraia y Augustine, 2019). No obstante, en el estudio de Stanca (2012), en el cual se comparó el bienestar entre padres/madres y quienes no lo son en 94 países, se concluyó la existencia de una relación negativa entre la parentalidad y el bienestar debido al impacto negativo que tendrían los/as hijos/as en la situación económica del grupo familiar, lo que ha sido confirmado por estudios recientes (Cova et al., 2021; Hanappi y Lipps, 2019; Nomaguchi y Milkie, 2020). Este hallazgo sugiere que padres y madres con menores recursos enfrentan mayores desafíos y tensiones en la tarea de crianza de sus hijos/as, lo que podría constituirse en una fuente de estrés, afectando su bienestar. A pesar de ello, se requiere mayor investigación en torno a la relación entre el nivel socioeconómico y el bienestar de los padres y madres, dado que los resultados aún no son concluyentes. Esto también es un elemento a considerar en las intervenciones con familias, reconociendo las necesidades y problemáticas particulares que pueden presentarse en la experiencia parental, atendiendo las diferencias según el nivel socioeconómico del grupo familiar.

De igual manera, la revisión de la literatura muestra que disponer de una red social de apoyo, ya sea formal y/o informal, tanto a nivel familiar como institucional, contribuye a un mayor bienestar de los padres y madres, ya que pueden contar con mayores recursos para cumplir la tarea de crianza (Nomaguchi y Milkie, 2020; Pérez-Hernando y Fuentes-Peláez, 2020). Así, se ha establecido que el apoyo social proporcionado desde programas de educación parental contribuye al ejercicio de las prácticas parentales, constituyéndose en un factor clave para el funcionamiento familiar, ya que predice los cambios en las actitudes, competencias y estrés parental en dichos programas (Álvarez et al., 2021). El grado en que padres y madres dispongan de un sistema de apoyo adecuado para la crianza de sus hijos/as se relaciona con su bienestar, dado que favorece el incremento de emociones positivas y disminuye las emociones negativas asociadas a la experiencia parental (Calva-Cumbicus et al., 2024; Lauber y Storck, 2019).

 

Transformaciones en los arreglos familiares para el cuidado y crianza de los/as hijos/as

Como se indicaba en párrafos anteriores, el modelo de familia tradicional ha experimentado transformaciones significativas (Cascales, 2019; Montesinos, 2019). La idea de una familia heterosexual, en la que el hombre provee los recursos económicos para el hogar y la mujer se encarga del cuidado de la prole, ha evolucionado. Tanto mujeres como hombres han orientado sus esfuerzos hacia el progreso personal y profesional, lo que ha fortalecido el rol de proveeduría económica, incluso entre las mujeres. De este modo, muchos hogares comenzaron a sustentarse con ingresos de doble entrada, generando impactos sin precedentes en las concepciones de masculinidad y feminidad. La figura de la proveeduría exclusiva dejó de ser desempeñada únicamente por los hombres, siendo compartida o incluso asumida en su totalidad por mujeres en algunos hogares (Cascales, 2019; Valdés, 2020).

Esta reestructuración de la economía familiar planteó interrogantes sobre la redistribución de las tareas domésticas, ya que los tiempos que las mujeres solían dedicar al hogar ahora se emplean para generar ingresos. Esto ha tensionado la división sexual del trabajo en el hogar, repercutiendo también en la vida íntima (Valdés, 2020).

En este contexto, es esperable que se hayan diversificado los tipos de familias. Han aumentado las convivencias, las familias monoparentales y las reensambladas; además, se ha retrasado el matrimonio y la maternidad/paternidad, mientras que la natalidad ha disminuido (INE, 2015). En cuanto al ingreso de las mujeres al mercado laboral, este ha mostrado un incremento sostenido: 31,3 % en 1990, 48,3 % en 2013 y 52,7 % en 2019 (INE, 2020).

El Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD, 2019) sobre Chile expone los resultados de una encuesta acerca de los cambios en las representaciones culturales tradicionales de género. Dicho informe concluye que, entre los años 2009 y 2018, los roles de género relacionados con el cuidado y la provisión de recursos en el hogar se han vuelto menos dicotómicos. El apoyo a las representaciones tradicionales de género, que asignaban a las mujeres el rol de cuidadoras principales en el espacio doméstico y a los hombres el de proveedores, ha disminuido significativamente. En 2009, el grado de acuerdo con estas representaciones superaba el 45 %, mientras que hoy se sitúa en torno al 25 %. No obstante, el apoyo a la representación tradicional de los hombres como principales proveedores parece ser más resistente al cambio que la asignación de las tareas de cuidado a las mujeres. Entre 2009 y 2018, el porcentaje de personas que estaban “muy de acuerdo” o “de acuerdo” con que “la responsabilidad de mantener económicamente a la familia siempre es del hombre” disminuyó casi a la mitad (de 47 % a 27 %). Un cambio similar se observa en la afirmación: “La responsabilidad de cuidar la casa y los niños es siempre de la mujer” (de 44 % a 24 %) (PNUD, 2019a).

El trabajo reproductivo, a menudo denominado también trabajo de cuidados, se entiende como el conjunto de actividades que incluyen, además del cuidado y crianza directa de los/as hijos/as, la realización de tareas domésticas y la gestión de actividades indirectas asociadas. Este trabajo, cultural e históricamente, ha estado desvinculado de las representaciones de la masculinidad y, en consecuencia, de las prácticas que los hombres desempeñan en el hogar. Hablar de los hombres en relación con estas actividades tensiona los pilares de la masculinidad dominante. Sin embargo, resulta necesaria su participación activa en este ámbito para avanzar hacia la igualdad de género, lo que constituye un eje de análisis ineludible para las ciencias sociales (Herrera et al., 2018; IPPF/WHR y Promundo, 2017; PNUD, 2019b; Téllez, 2019).

En este manuscrito, nos focalizaremos en el trabajo de cuidados en el espacio familiar, entendido como las actividades que se realizan y las relaciones que se establecen para satisfacer las necesidades materiales y emocionales de los/as hijos/as. Este tipo de cuidado, denominado por Mertz como “cuidado íntimo” (Tronto, 2023), será analizado en detalle, con especial atención a lo que los estudios de género denominan “la/s paternidad/es”.

 

Cambios en torno a la paternidad

Dentro del subcampo de estudios de género sobre los hombres y las masculinidades, como los llama Núñez Noriega (2016), la línea de investigación en paternidad, o más bien denominada paternidades—aludiendo a la pluralidad de formas en que se puede ejercer la paternidad—, ha crecido paulatinamente en Latinoamérica. Este tema ha suscitado gran interés, especialmente por su papel clave en la igualdad de género y, en particular, por su impacto en el espacio privado, donde se despliegan las prácticas parentales (Aguayo y Nascimento, 2016).

Siguiendo a Fuller (1997), la paternidad se define como un conjunto de prácticas y significados socioculturales relacionados con la reproducción, el vínculo que se establece—o no—con los/as hijos/as y su cuidado, constituyendo una fuente de expresión de la masculinidad en tres ejes: natural, doméstico y público.

La paternidad tiene una dimensión natural, doméstica, pública y trascendental. Es natural en tanto que es la última prueba de virilidad, el reconocimiento público de que un varón puede engendrar un hijo o una hija. Es doméstica, por cuanto constituye una familia y mantiene unida a una pareja. En este sentido, la paternidad está definida por el amor, la cualidad propia del lazo familiar, y por la responsabilidad, el lado altruista de la masculinidad. Es pública, en tanto el rol de los padres es vincular a sus hijos con el dominio público e inculcarles las cualidades y valores que les permitan desenvolverse en dicho ámbito. Su dimensión trascendental asegura la continuidad de la vida y hace del varón un creador. (Fuller, 1997, p. 6)

Como sostienen diversas investigaciones, los hombres han sido históricamente invisibilizados en temas de sexualidad y reproducción, lo que ha tenido consecuencias significativas en su responsabilidad frente a sus hijos/as (Figueroa-Perea, 2016). Este silencio en torno a los padres se produce por el predominio del binomio madre-hijo/a, reforzando la representación de las mujeres como madres y cuidadoras principales (De Martino, 2016; Herrera et al., 2018; Olavarría, 2004). El maternalismo—entendido como la ideología, retórica, prácticas y políticas públicas que amalgaman mujeres y madres—“se evidencia como una arquitectura de infraestructura pública, arreglos institucionales y legislativos construidos alrededor del supuesto de que las madres son y deben ser las cuidadoras primarias” (Herrera et al., 2018, p. 5).

Para Olavarría (2004), el problema radica en que no se ha construido una realidad donde los hombres se reconozcan como seres reproductores y fecundos. Por ejemplo, en Chile y en el mundo no existen estadísticas sobre la tasa de fecundidad masculina, su comportamiento sexual por grupo etario o su fecundidad extramatrimonial. La invisibilidad de los hombres como seres fecundos y responsables del cuidado se traduce en el marco normativo chileno. Por ejemplo, las mujeres disponen de 84 días de permiso postnatal, mientras que los hombres solo cuentan con cinco días. Además, el derecho al cuidado de menores de dos años en salas cuna y los permisos por enfermedad de hijos/as menores de un año son derechos laborales otorgados, en primera instancia, únicamente a las madres trabajadoras formales. Este derecho pasa al padre solo si la madre no está disponible.

Un aspecto central en los proyectos de vida de los hombres, que los diferencia de las mujeres, es que ellos no experimentan la menopausia. Por lo tanto, pueden tener hijos/as a edades avanzadas, incluso más allá de la edad reproductiva de las mujeres, lo que les permite postergar la paternidad hasta el momento en que lo deseen, especialmente si se emparejan con mujeres más jóvenes. Esto evidencia la escasa o nula representación de los hombres como seres reproductores, ya que este análisis queda fuera del repertorio habitual de los sistemas de salud.

Desde hace dos décadas, se habla de la ‘nueva paternidad’ (Montesinos, 2004) y del ‘buen padre’ (Olavarría, 2004) como parte de la transformación global de la masculinidad. Esta nueva paternidad reconoce y valora el cuidado, comprometiéndose de manera igualitaria con la madre de sus hijas e hijos. Estudios muestran que los hombres jóvenes buscan la cercanía afectiva con sus hijas e hijos y desean distanciarse del modelo de padre autoritario característico de la generación anterior (Herrera et al., 2018; Soriano y Salguero, 2022; Vargas, 2020). Las nuevas representaciones de la paternidad evidencian una ruptura intergeneracional, con la aparición de atributos vinculados a la proximidad afectiva y la comunicación con sus hijas e hijos, en contraste con el padre autoritario, violento, ausente y distante (Lugo, 2017; Saldaña y Salgado, 2018; Vizcarra y Poo, 2017). Según Vizcarra y Poo (2017), el discurso de los hombres jóvenes refleja el interés por participar activamente en la crianza de su futura descendencia y, paralelamente, son críticos con la generación de hombres mayores, precisamente por su escasa implicación en el cuidado de estas y estos. Para algunos padres que han roto con los mandatos de la paternidad autoritaria, vivirla de manera cercana ha sido una experiencia transformadora en su integridad como hombres; redefinen sus prioridades en la vida en general y reorganizan sus vidas y horarios a partir de ello (Saldaña y Salgado, 2018; Soriano y Salguero, 2022). Paralelamente, las mujeres demandan un mayor involucramiento de los padres en la crianza; por lo mismo, reconocen y valoran a los hombres que lo hacen, cuestión que también es altamente valorada en el resto del conjunto social (Saldaña y Salgado, 2018).

Desde este eje de demandas, la teoría social de los cuidados plantea la relevancia de la responsabilidad compartida socialmente en el cuidado, considerando que esta no es una tarea exclusiva de las mujeres, pues requiere ser redistribuida entre las personas más allá de sus identidades de género; es decir, considera la participación de los hombres. Para Fraser (2016), los cuidados que se brindan en las familias implican tanto un trabajo afectivo como material, que generalmente se realiza sin remuneración y es indispensable para la reproducción social de la vida.

Los estudios sobre paternidades constituyen una línea de trabajo que ha crecido paulatinamente en Latinoamérica y Chile, suscitando gran interés por su papel clave en la igualdad de género, por el impacto en el espacio privado en que se despliegan sus prácticas y por los cambios que implica de cara a las políticas y programas sociales (IPPF/WHR y Promundo, 2017; Téllez, 2019). El Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (2019b) señala que una de las estrategias para el logro de la igualdad de género es precisamente el involucramiento y corresponsabilidad de los hombres en las tareas de crianza y cuidado. Asimismo, Aguayo (2020) y Bacete González (2017) sistematizan la creciente evidencia que muestra que la participación del padre tiene un impacto positivo en el desarrollo y bienestar de sus hijas e hijos; por último, una paternidad activa también es importante para los hombres, pues incrementa la satisfacción con sus vidas y los lleva a cuidar más su salud. Otros estudios han evidenciado que una paternidad implicada mejora el bienestar parental, en que la cooperación entre madres y padres se asocia con niveles más bajos de estrés parental (Pinquart y Teubert, 2015). En ese sentido, campañas como MenCare buscan promover la paternidad activa de los hombres como padres y cuidadores equitativos y no violentos, con el objetivo de lograr el bienestar familiar, la igualdad de género y una mejor salud para las niñas y niños, las madres y los propios padres (Aguayo et al., 2017). Estos estudios, así como las reflexiones teóricas, apuntan a desnaturalizar la asociación entre género y cuidado (Albornoz y Barcia, 2022).

 

Discusión de los desafíos para la investigación e intervención interdisciplinaria con familia y conclusión

Retomando el objetivo de este manuscrito, orientado a desarrollar una reflexión teórica sobre los desafíos que emergen para la intervención e investigación en el trabajo con familias desde una perspectiva interdisciplinaria, enfocándose en el impacto de la parentalidad en el bienestar de madres y padres y los cambios en las relaciones de género al interior de las familias, diversos aspectos relevantes surgen de los antecedentes teóricos expuestos.

En primer lugar, desde la investigación llevada a cabo por profesionales de las ciencias sociales, como el Trabajo Social y la Psicología, se identifica la necesidad de desarrollar estudios aplicados que den cuenta de los nuevos fenómenos que están impactando a las familias, especialmente en torno a la parentalidad. En este sentido, la “parentalidad intensiva”, término acuñado para describir una ideología imperante que exige mayores niveles de tiempo, recursos y energía de madres y padres (Nomaguchi y Milkie, 2020), requiere ser observada con detenimiento en las familias chilenas. Estudios recientes ya han evidenciado indicios de esta tendencia, que conlleva altos costos para madres y padres debido a las postergaciones y sacrificios que implica la centralidad en las necesidades de sus hijas e hijos (Oyarzún-Farías, 2021). Esta situación podría ser aún más extenuante para aquellas madres y padres que carecen de una red social de apoyo o de los recursos económicos necesarios, considerando la relevancia de estos factores estructurales para el bienestar parental.

Asimismo, dado que el bienestar de madres y padres se relaciona con una diversidad de factores personales, familiares y estructurales, resulta pertinente realizar investigaciones que profundicen en la experiencia parental mediante metodologías tanto cuantitativas como cualitativas. Este enfoque busca obtener una visión integral del fenómeno, develando vivencias libres de prejuicios o normas sociales que han tendido a romantizar la parentalidad, invisibilizando los costos asociados a las tareas de crianza. Esto genera sentimientos de culpa y malestar en madres y padres, lo cual podría influir en la decisión de las nuevas generaciones de no tener hijas e hijos (Chacón y Tapia, 2017). Por ello, se sugiere instalar la discusión académica y profesional en torno a las “paradojas de la parentalidad”, término utilizado para referirse a la dualidad de la experiencia parental, en la que coexisten aspectos positivos y negativos, reconocidos como costos y beneficios (Louie et al., 2017; Nomaguchi y Milkie, 2020).

A pesar de los avances hacia relaciones de género más igualitarias en Chile, el Informe del PNUD (2019b) concluye que, durante el período 2009-2018, se observan tendencias de cambio y continuidad en esta materia. De igual forma, el Informe del Estado de Paternidad en el Mundo (Barker et al., 2021) proyecta que, al ritmo actual, tomará 92 años alcanzar la igualdad de género en el trabajo de cuidados al interior de las familias. Como profesionales de las ciencias sociales, comprometidas y comprometidos con el bienestar social, no podemos permanecer indiferentes ante esta situación. Por el contrario, desde la dimensión ética y valórica que sustenta nuestro quehacer, tanto en la investigación como en la intervención, estamos llamadas y llamados a desempeñar un rol activo en la promoción de cambios culturales que impulsen relaciones más igualitarias y justas para mujeres y hombres.

Considerando que el PNUD (2019b), junto con otros estudios (Herrera et al., 2018; Mardones-Leiva, 2022; Martín Vidaña, 2021; Poo y Vizcarra, 2020), muestra que continúa perpetuándose la representación tradicional de los hombres como principales proveedores del hogar, aun cuando las mujeres han ingresado al ámbito laboral remunerado, dicha exigencia social persiste para los hombres. Este aspecto resulta fundamental al trabajar con familias, ya que suele ser habitual que las y los profesionales mantengan interacciones más frecuentes con las madres. Esto no es casual, dado que los padres habitualmente se encuentran trabajando fuera del hogar, muchas veces en horarios extensos que limitan su presencia física en las familias.

Esta dinámica puede ser interpretada, en ocasiones, como desinterés o incluso negligencia por parte de los padres. Sin embargo, cabe preguntarse de qué forma las y los profesionales analizan estas situaciones desde una perspectiva de género, considerando que estas ausencias pueden ser respuestas a las expectativas masculinas tradicionales, particularmente en cuanto al rol de proveedor económico. Asimismo, se plantea la necesidad de reflexionar sobre cómo los propios sesgos profesionales influyen en las interpretaciones y en la práctica investigativa. Al explicitar estos sesgos, se puede evitar caer en lecturas limitadas que dificulten la comprensión integral del fenómeno y, en cambio, promover análisis más críticos e integradores que aborden la complejidad de las interacciones de género en el escenario actual.

En esta línea, al considerar que actualmente, además de la exigencia de proveer recursos económicos como hombre/padre, se espera también que los padres sean cercanos y cariñosos, se observa una superposición de demandas que genera tensiones, preocupaciones y frustraciones al intentar conciliar trabajo y familia (Pavicevic y Herrera, 2016; Molina, 2011; Olavarría, 2017; Saldaña y Salgado, 2018; Vargas, 2020). Esto se agrava en contextos de baja protección social y económica, donde el sistema económico actual exige altas horas laborales y productividad, dejando escaso tiempo para la familia. Estas demandas incluso impactan físicamente a los hombres, tanto aquellos que ocupan cargos de élite como aquellos que se desempeñan como profesionales u obreros (Olavarría, 2009; Poo y Vizcarra, 2020).

Por otro lado, investigaciones recientes sobre paternidad entre jóvenes muestran un distanciamiento del modelo autoritario tradicional y una inclinación hacia representaciones de mayor afectividad y cercanía con hijas e hijos, sin abandonar el mandato del rol de proveedor económico (Mardones-Leiva, 2022; Vizcarra y Poo, 2017). Esto refuerza la importancia de profundizar los estudios sobre este grupo social, considerando además la diversidad de juventudes. Adicionalmente, se sugiere fomentar el trabajo interventivo con madres y padres jóvenes para reflexionar sobre los mandatos de género que persisten. Si se analiza la insistencia en el rol de proveedor económico como eje de la paternidad tradicional masculina, se puede observar que esta es «la expresión de una cultura patriarcal hegemónica que acentúa las relaciones de género desiguales» (Hernández-Quirama et al., 2021, p. 18). En este sentido, como señalan estas autoras, es necesario deconstruir esta asociación, especialmente si se desea avanzar hacia lo que denominan nuevas masculinidades, o hacia lo que podría entenderse como masculinidades corresponsables en el ámbito de los cuidados.

Finalmente, situándonos en el contexto de la intervención, surgen cuestionamientos sobre cómo influye este fenómeno en los programas preventivos o ambulatorios orientados a la protección de los derechos de niños, niñas y adolescentes (NNA). Es crucial reconocer el rol del área psicosocial al intervenir con grupos familiares. Frecuentemente, las y los psicólogos trabajan directamente con los NNA, mientras que las y los trabajadores sociales se enfocan en acciones con madres, padres o adultos responsables, lo que dificulta una intervención integral con todo el sistema familiar. Así, las herramientas disponibles para fortalecer los vínculos familiares, cuando el caso lo requiere, resultan limitadas e insuficientes. En estos contextos, se tiende a profundizar interdisciplinariamente en los NNA, pero no necesariamente en las problemáticas que enfrentan los adultos responsables en su ejercicio de la parentalidad. Esto reduce a estos últimos a recursos que deben moldearse para el bienestar de los NNA, como ocurre con la socioeducación relacionada con competencias parentales.

Es así que se evidencia la invisibilidad de diversos factores, entre ellos los emocionales, estructurales, administrativos, organizacionales y de competencias blandas, que pueden estar afectando a padres y madres. Por lo tanto, emerge la necesidad de contar con la participación de profesionales en psicología en los espacios de intervención con este grupo, para que puedan diagnosticar, planificar y generar estrategias en conjunto con las y los trabajadores sociales. Esto permitiría brindar una visión y acción más integral a un sistema tan complejo, potenciando intervenciones interdisciplinarias.

De esta manera, resulta necesario que los dispositivos que trabajan con NNA promuevan intervenciones con una perspectiva holística del sistema familiar. Estas intervenciones no solo deben entregar herramientas adaptadas al rol de cada integrante del grupo familiar, sino también promover el bienestar de padres y madres conforme a sus necesidades. Además, deben considerar las diferenciaciones de género presentes en la experiencia parental a nivel individual, social y cultural, como se ha expuesto anteriormente. Este enfoque constituiría un gran desafío para esta y otras entidades responsables del trabajo con familias, por lo que se considera fundamental profundizar este análisis.

Las diversas transformaciones que han experimentado las familias en las últimas décadas demandan que las y los profesionales de las ciencias sociales adopten una actitud crítica y reflexiva que permita reexaminar continuamente sus prácticas, tanto en investigaciones como en intervenciones. Esto es clave para mantenerse en sintonía con los nuevos escenarios sociales y generar actuaciones profesionales pertinentes a los procesos sociales actuales. Como profesionales de las ciencias sociales, es crucial actualizarse constantemente sobre el conocimiento derivado de las investigaciones y, al mismo tiempo, garantizar que estas investigaciones produzcan conocimiento útil para diseñar y ejecutar mejores intervenciones en los diversos ámbitos del quehacer profesional. La relación entre teoría y práctica, entre investigación e intervención, y entre conocer y actuar, es una constante que debe ser explícita y promovida tanto desde la academia como desde las instituciones públicas y privadas en las que nos desempeñamos.

Acompañando la discusión teórica y reflexiva presentada en este manuscrito, también deseamos plantear algunas interrogantes que abran el debate en los equipos de investigación e intervención con familias:

• ¿Cómo, desde las intervenciones y el acompañamiento a las familias, favorecemos o potenciamos los cambios culturales hacia una mayor corresponsabilidad en los cuidados y la crianza?

• ¿Nos resignamos a la escasa participación de los hombres padres o buscamos nuevas estrategias para involucrarlos en los procesos de intervención?

• En los análisis familiares, ¿qué preguntas necesitamos plantearnos para incorporar el análisis de género, y cómo afectan las expectativas sociales de género a nuestros juicios profesionales?

• ¿Cómo trabajar con padres y madres desde programas enfocados en parentalidad cuando se abordan situaciones de vulneración de derechos de NNA?

• ¿Qué apoyos necesitan madres y padres según sus vivencias y necesidades en el contexto actual?

A partir de la evidencia expuesta, se concluye que el bienestar de padres y madres está moldeado por una compleja interacción de factores individuales, familiares y estructurales. Por lo tanto, para promover el bienestar parental, se requieren acompañamientos e intervenciones integrales que reconozcan e integren esta interacción, superando enfoques reduccionistas o unicausales que limitan la actuación profesional. Para lograrlo, es fundamental que esta problemática se aborde desde una perspectiva macro, es decir, desde las políticas públicas. Esto permitirá definir y estructurar una base que considere los elementos asociados a los nuevos roles de género y la influencia de las nuevas masculinidades en este contexto.

 

Agradecimientos

Agradecemos a la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID), Chile, y al Programa Fondecyt de Iniciación Nº 11231071.

 

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Dirección de correspondencia:

María de los Ángeles Oyarzún-Farías

Contacto: maoyarzun@santotomas.cl

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1  Doctora en Psicología, Magister en Ciencias Sociales, Licenciada en Trabajo Social, chilena, Académica, Escuela de Trabajo Social, Facultad de Ciencias Sociales y Comunicaciones, Universidad Santo Tomás, Concepción, Chile.
Correo electrónico: maoyarzun@santotomas.cl. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-6125-0829

2  Doctora en Ciencias Humanas, chilena Académica Investigadora, Escuela de Psicología, Facultad de Ciencias Sociales y Comunicaciones, Universidad Santo Tomás, Valdivia, Chile. Correo electrónico: karenmardonesle@santotomas.cl

ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3837-0368

3  Licenciada en Trabajo Social, chilena Universidad Santo Tomás, Concepción, Chile.

Correo electrónico: danunezmoreno@gmail.com