Los italianos de Parral. La colonia antes de Colonia Dignidad
Autor: Stefano Micheletti Dellamaria
Ediciones UCM, 2022. 276 pp.
fecha recepción: 2 de noviembre de 2022 / fecha aceptación: 21 de noviembre de 2022
Por Felipe Saravia1.
Saravia, F. (2022). Reseña del libro: Los italianos de parral. La colonia antes de Colonia Dignidad. Revista Pensamiento y Acción Interdisciplinaria, 8(2), 201-204. https://doi.org/10.29035/pai.8.2.201
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Los italianos de Parral. La colonia antes de Colonia Dignidad es un libro que se publica a comienzo del año 2022 gracias a Ediciones UCM. Se trata de una crónica histórica que aborda los acontecimientos relativos a la colonia italiana de San Manuel de Parral, en Chile, entre los años 50 y 60; en particular, relata el fracaso técnico y social del proyecto emprendido por los gobiernos de ambos países y la posterior ocupación del territorio por parte de Colonia Dignidad, bien conocida por las atrocidades que en ella se cometieron. El libro se orienta al rescate de la memoria local y no se propone como objetivo desarrollar una reflexión teórica, aunque se detiene sobre tópicos relevantes, como la relación entre espacio y tiempo, el lenguaje, la comunidad y la identidad individual. En este sentido, tiene implicancias teóricas, o bien se desarrolla a partir de supuestos teóricos subyacentes que quisiera discutir.
Para los fines de esta reseña, no haré entonces un comentario general acerca del libro, sino que me centraré en la dimensión espacial de este y, particularmente, en aspectos que pueden gatillar algunas reflexiones poético-teóricas e, incluso, ontológicas. Para ello, voy a rescatar elementos que durante la lectura se vincularon con algunas ideas en las que he estado trabajando durante los últimos años desde la perspectiva del trabajo social.
Sobre la conexión espacio-tiempo: la experiencia relatada en el libro muestra claramente la relación entre lugares y trayectorias individuales y colectivas. Esto se ejemplifica en lo que ocurría en los territorios de origen de los colonos italianos producto de la Segunda Guerra Mundial, su idea de “hacer la América” y los vínculos geopolíticos que finalmente desencadenaron una travesía intercontinental que cambiaría la vida de un número importante de familias, incluyendo las generaciones subsiguientes. Se refuerza, de esta manera, la idea de que los territorios no son “naturales”, “autoexplicativos”, sino, por el contrario, representan el resultado de múltiples interrelaciones espaciales y temporales.
Sobre el lenguaje del territorio: al describir la relación que los colonos establecieron con la tierra que dejaban atrás en Italia y con la que encontraban en Chile, el autor expresa la imagen de un cambio no solo físico, sino también de lenguaje. La tierra tendría una lengua propia: “a los hombres los imagino tratando de entender la tierra, que habla un idioma diferente: interpretar sus vetas, sus colores, recolectar las toneladas de piedras que el río Perquilauquén ha sembrado en los campos durante décadas, al desbordarse” (p.98). Esto, porque “no conocían los ciclos del clima, se perdían, llegaba una lluvia inesperada y les arrastraba semillas y tierra buena loma abajo, lavando el suelo” (p.88). Frente a esta situación, Micheletti indica que los colonos recibieron ayuda y aprendieron especialmente de los inquilinos chilenos. Obviamente, estamos frente a un lenguaje no verbal, no textual. Creo que aquello es expresado bellamente por el poeta mapuche Leonel Lienlaf, en su poema titulado “Rebelión”, cuando dice:
Mis manos no quisieron escribir
las palabras
de un profesor viejo.
Mi mano se negó a escribir
aquello que no me pertenecía.
Me dijo:
“debe ser el silencio que nace”.
Mi mano
me dijo que el mundo
no se podía escribir.
De hecho, mientras leía esa parte del libro, recordé que cierta vez mi padre me contó que al salir a pescar en Alto Bío Bío con dos hombres pehuenches jóvenes, él no atrapó nada a pesar de ir muy bien equipado. Sin embargo, las personas con las que iba pescaron rápidamente, solo con un poco de hilo y anzuelo, porque sabían leer el agua del río Queuco, que conocían desde siempre. Eso no se puede enseñar en un libro. Es un lenguaje más profundo.
Sobre la comunidad: al referirse a los lugares de origen y a su propia comunidad, el autor reconoce que allí “el bar es el verdadero corazón de la comunidad” (p.41). En el contexto chileno, aquello puede ser interpretado rápidamente, con cierto tinte moralista, con un sentido negativo. Los bares de pueblo de los sectores populares son sinónimo de alienación, de enajenación. Es común escuchar que en territorios de clases populares marcados por la pobreza lo que más hay son botillerías e iglesias, ambas cosas a la par, cumpliendo funciones más o menos similares. Sin embargo, al referirse a los bares, Micheletti dice que “allí se reúnen los albañiles, el plomero y los profesores que el fin de semana cortan y empacan la leña para el invierno, o se preocupan del campito detrás de la casa. Se van con ropa de trabajo al bar, si no da vergüenza porque parece que uno no hace nada”. Claramente no estamos hablando de bares de barrios gentrificados como los que podríamos encontrar en nuestra Plaza Perú, con todas sus sofisticaciones. Estamos hablando de bares de barrio que constituyen espacios de sociabilidad que favorecen la vida comunitaria. Hace algunos años tuve la oportunidad de escuchar una reflexión filosófica sobre el espacio hecha por Nelson Vergara, ya fallecido, quien fuera académico del Centro de Estudios Regionales de la Universidad de Los Lagos. En esa oportunidad se refirió al libro La reflexión cotidiana de Humberto Giannini. En este, hay un pequeño capítulo dedicado a los bares, en el que Giannini plantea que “es cierto que la estructura del bar y su naturaleza recuerdan muy directamente la experiencia religiosa de la confesión. Y es aquí donde la analogía entre templo de la conversación e iglesia parece ganar cierta profundidad (y agrega que en el bar hay) búsqueda de un tiempo perdido: el tiempo de las cosas no dichas; el tiempo de los sueños sofocados; el tiempo que, por pura falta de tiempo, se nos ha vuelto casi inconfesable” (Giannini, 2013:109,110). La comunidad es, así, el resultado de las posibilidades espacio-temporales. La Italia rememorada por las personas entrevistadas por el autor dan cuenta de dichas comunidades perdidas, lo que, dada mi propia experiencia chilena, resulta algo lejano, casi utópico.
Sobre la identidad individual: Micheletti nos cuenta una historia de desarraigo, en la que el espacio-tiempo constituye no solo un escenario, sino la arena de lucha en la que se sufre y se pierde. Sin embargo, el lenguaje es concebido por él como un espacio en el que es posible subvertir las pérdidas, en el que es posible generar hibridación, un espacio de creatividad y liberación:
“La lengua es territorio, paisaje, naturaleza, planta que florece en la boca (...) La lengua, las lenguas, son lo que se puede habitar cuando se es extraño y extranjero. No como apéndice de una patria o una nación: como vínculo con el origen y a la vez liberación, descubrimiento. (...) ¿Cuántos puentes pueden construirse entonces entre el lugar de origen y el de destino? Infinitos. La mezcla de palabras, ritmos, sonidos distintos es la argamasa que se solidifica con el tiempo, ligando los ladrillos”. (p.249)
La identidad individual es marcada por los cambios espacio-temporales, pero esos cambios son mediados por la lengua, la palabra. Y la palabra no es una cuestión individual. Nunca lo es. Aún en la tradición cristiana, cuando en el evangelio de Juan se hace referencia a la creación del cosmos, se plantea el verbo en términos colectivos, aludiendo a la trinidad: “en el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho”. Es decir, la palabra, el lenguaje, implica la existencia material y la existencia en sociedad. Como plantea David Harvey en su libro Justicia, naturaleza y la geografía de la diferencia: “privilegiar el discurso sobre otros momentos es insuficiente: equívoco e incluso peligroso” (p.110), “la razón de que los esquimales tengan múltiples nombres para la nieve es que sus prácticas sociales y materiales de reproducción lo requieren” (p.117). Desde este punto de vista, la trayectoria de un colectivo como el de los colonos italianos es el resultado de aspectos materiales que se despliegan en el espacio y el tiempo, donde hay marcadas relaciones de poder, en las que ellos tuvieron la peor parte, es cierto; pero también es posible encontrar allí –como en el caso del lenguaje– espacios para generar nuevos horizontes de vida.
Quisiera por último preguntarme, a propósito de esta lectura, si acaso en nuestra sociedad chilena contemporánea hemos generado condiciones materiales (como los bares italianos) que permitan el florecimiento de lenguajes intersticiales creadores de nuevos mundos, de encuentros entre los distintos “otros” que hoy han llegado a nutrir nuestros territorios. ¿Podemos encontrarnos? ¿O nuestras comunicaciones se restringen al espacio familiar y a los “otros como yo”, en espacios cerrados? ¿Tenemos espacios para crear y recrear comunidades y reafirmar nuestras identidades de manera abierta, o estas están confinadas?
Dirección de correspondencia:
Felipe Saravia
Contacto: fsaravia@ubiobio.cl
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1 Chileno, Trabajador Social, Magíster en Desarrollo Local y Regional. Doctor en Ciencias Sociales en Estudios Territoriales. Académico del Departamento de Ciencias Sociales, Universidad del Bío-Bío, Concepción, Chile. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3196-7831. Correo electrónico: fsaravia@ubiobio.cl